Se llama Veronica More. Tiene casi 100 años, escribe mails y tiene cuenta de Skype.
No aparece en la película The Imitation Game, que el otro día se llevó un Oscar por narrar cómo Alan Turing descifró los códigos secretos que empleaba el ejército nazi para comunicarse. Ni aparece ella, ni las 6.600 mujeres que contribuyeron a acortar el mayor conflicto bélico de la humanidad.
¿Qué más? Pues que fue espía, estuvo a punto de morir varias veces y tuvo un papel decisivo en la II Guerra Mundial.
A los 17 años, Veronica era una niña británica que viajó a Alemania para pasar un tiempo con una familia de acogida. Tan inocente como suena. No tenía ni idea de que esa etapa en Alemania la convertiría en una espía de guerra.
"A todas horas veía uniformes por la calle", recuerda. Dejó Alemania y volvió a Inglaterra. Entonces, estalló la guerra y los uniformes cobraron sentido.
En 1939, Veronica se alistó como auxiliar en la Fuerza Aérea Británica, porque "todos hacían lo mismo". Aunque empezó siendo mecánica y conductora de ambulancias, pronto la guerra necesitó más su mente que su cuerpo.
Con solo 19 años, la citaron para una 'entrevista secreta', un interrogatorio del que salió sin tener ni idea de lo que pasaba.
Pronto lo supo: hablaba alemán, por lo que la Inteligencia Aérea británica la necesitaba. Desde ese momento, se convertía en la Sargento Veronica More.
Así empezó a trabajar como espía. Pasaba horas escuchando los mensajes de radio que intercambiaban los pilotos alemanes, tratando de descifrar hasta el detalle más sutil que pudiera aportar una pista sobre el enemigo.
Pero, hacia el final de la guerra, la destinaron a un lugar peculiar: Bletchley Park, la central del espionaje británico. Un lugar que, según algunos historiadores, consiguió acortar la guerra varios años.
Allí trabajó Alan Turing, que descifró los códigos de Enigma, la principal máquina utilizada para cifrar las comunicaciones en el bando nazi.
" No supe quién era Alan Turing hasta después de la guerra. Nadie hablaba del trabajo", cuenta Veronica. Las actividades que se llevaban a cabo en Bletchley Park eran totalmente secretas, y trabajaban aislados en grupos pequeños.
Una bomba alemana y un aborto estuvieron a punto de acabar con la vida de Veronica
El secretismo de Bletchley Park no era solo una cuestión interna. Bajo ningún concepto los alemanes debían saber que Gran Bretaña conocía el código Enigma. "En ocasiones, teníamos la oportunidad de salvar uno de nuestros barcos de ser torpedeado y no lo hacíamos, porque entonces los alemanes sabrían que habíamos descifrado sus códigos".
Pero Veronica se desmarca de la parte más desagradable de la estrategia militar: "Yo no tengo nada que ver con barcos, yo trabajaba con aviones".
No solo utilizó sus conocimientos de alemán, también su habilidad para entender el código morse. "Gracias a la interpretación de los mensajes en morse, conseguimos construir un dibujo de la Fuerza Aérea Alemana, para entender cuándo se movían, por qué se movían y adónde irían después".
Veronica empezó como mecánica y conductora de ambulancias, pero la guerra pronto necesitó más su mente que su cuerpo
Aunque Veronica nunca disparó un arma ni pilotó un avión, la guerra estuvo a punto de acabar con su vida. Fue durante los bombardeos de Londres, entre 1940 y 1941, conocidos como el Blitz. Así lo cuenta ella:
"Odiaba dormir con los demás, porque roncaban y olían mal, así que mi amiga y yo subimos a dormir al ático. Cayó una bomba y arrancó la mitad del edificio. Las escaleras estaban totalmente destruidas, así que tuvimos que caminar por la cornisa y saltar al edificio de al lado, descalzas y pisando cristales".
No todo fueron bombas y espionaje. La historia de guerra de Veronica es también una historia de amor en el Mediterráneo. Si tiene que elegir la etapa más feliz de su vida, se queda con los dos años que pasó espiando a los alemanes en El Cairo. Fue justo antes de entrar en Bletchley Park.
Allí, en Egipto, fue donde se enamoró dos veces: la primera, del clima mediterráneo en el que hoy vive; la segunda, de Tom Weedon, el soldado inglés con el que quiso pasar el resto de sus días.
Veronica ayudó a dibujar un mapa de la aviación alemana para entender cuándo se movían, por qué se movían y adónde irían después
Tom estaba casado con otra mujer pero, al terminar la guerra, eligió a Veronica y ambos se fueron a recorrer Europa: ella escribía artículos en prensa y él sacaba fotos para ilustrarlos.
Lo que sigue no es un camino de rosas. El final de la guerra fue solo el inicio de otra de las etapas más difíciles de la incombustible Veronica More.
Su vida aún estaba a punto de zozobrar de nuevo cuando sufrió un aborto inesperado de los gemelos que llevaba en su vientre.
Estaban viajando por España cuando Veronica empezó a encontrarse mal, así que la pareja decidió coger la furgoneta y volver a Inglaterra. Pero, en el Pirineo, las autoridades franquistas les detuvieron y los llevaron a Madrid. Por lo visto, había guerrillas antifranquistas en las montañas, y la policía sospechaba de Tom Weedon y de sus fotografías.
Los llevaron a Madrid. Tom estaba arrestado y Veronica se encontraba cada vez peor. El gobierno español no tenía penicilina, así que tuvo que comprarla en la embajada británica. "Eso me salvó la vida", dice.
El final de la guerra fue solo el inicio de otra de las etapas más difíciles de la incombustible Veronica More
Cuando Tom salió del calabozo y Veronica se recuperó de las secuelas del aborto, tuvieron un hijo. Y otro, y otro, y otro; hasta cuatro en total. Pero no, tampoco fue este el principio de la nueva vida feliz de Veronica.
A Tom le diagnosticaron una enfermedad en los riñones, así que decidieron ir a Mallorca a buscar paz y un ambiente más agradable.
Tom murió en 1959. Veronica se quedó a vivir en la isla. Estaba viuda, tenía 40 años y cuatro hijos que dependían de ella.
Veronica, junto a dos de sus hijos
Aquí empezó la segunda gran guerra de Veronica More: la guerra contra la tristeza y la soledad.
En esta guerra no había estrategia militar, ni camaradas, ni siquiera enemigos; las batallas que le quedaban hubo de librarlas sola. "Fue muy difícil criar a los niños", admite. Pero lo consiguió.
Volvió a Inglaterra durante unos años, trabajó sin pausa para alimentar a sus hijos y, cuando le llegó la hora de jubilarse, volvió a las Baleares. Allí descansó por primera vez en mucho tiempo. El resto de la historia, hasta hoy, es la historia de una señora que cambió una vida de guerra, espías y viajes por la paz de un pueblo de 700 habitantes en Mallorca.
"Cumpliré 96 años en marzo. Me falla un poco la memoria, pero sé que no me arrepiento de nada en la vida", dice.
Nació en 1919, y tenía 19 años cuando empezó a trabajar como espía. Ahora, su principal reto son los 19 escalones separan la calle de la puerta de su casa. Todos los días los sube.
Fuente: www.playgroundmag.net