El dato es conmovedor y te pone la piel de gallina. Todos los años los delfines salvan en el mundo a unos 1.500 náufragos y buzos. Y seguirán haciéndolo mientras duren como especie, porque parece que no pueden evitarlo. Es algo instintivo. Como sea que aparezca la imagen ante sus ojos, ellos entienden que esas personas -los que se están ahogando- tienen dificultades serias, entonces los dirigen hasta la orilla de las playas para que se salven.
Ya en la mitología griega se hacía honor a esta asombrosa capacidad de salvamento de estos mamíferos, cuando Telémaco, hijo de Ulises, fue salvado de morir ahogado gracias a los delfines. Por eso, Ulises siempre usó dibujos de delfines en sus escudos. Desde entonces, la gente de mar, cuando ve a un delfín, dice que es un buen augurio. ¿Pero de dónde viene esa desinteresada compasión de un animalito por otro mamífero terrestre tan distinto como el hombre?
¿Somos tan distintos? En este fragmento seleccionado del primer episodio de la serie documental de la BBC de 1999 “Supernatural” se puede observar que los delfines identifican a los seres humanos como algo similar a ellos mediante el escaneo de nuestro esqueleto a través de su sonar. Con este escaneo por ultrasonidos descubren que los humanos tienen una estructura ósea en cierta forma similar a la de ellos, sin espinas como el resto de los peces y con una caja torácica donde, además de los pulmones para respirar como ellos, también albergan sus crías.
Por eso los delfines tienen especial predilección en salvar a las mujeres embarazadas, porque saben que están embarazadas al hacerle una ecografía instantánea y descubrir el corazón del bebé latiendo en el interior de la madre, llegando incluso a defenderlas de los ataques de los tiburones, unos animales un poco más lentos en la escala evolutiva y que, sin dudas, entienden menos de sentimentalismos.