Para que los Bolsonaro del mundo existan se requiere, como mínimo, una multitud. De idiotas, de indiferentes, de tontos que fácilmente se dejen embaucar por propuestas populistas disfrazadas de progreso y redención social. Basta que abran su boca para que cientos de incautos caigan seducidos a sus pies, sintiéndose redimidos de tanta pobreza, marginamiento y laceración económica y social.
Lo que hoy acontece en la Amazonía no es responsabilidad directa de Bolsonaro, él simplemente fue un mediador ente la necesidad de justicia y la idiotez humana, que la buscó donde no debía buscarla. Arde el Amazonas y su presidente se limita a expresar que los culpables hay que buscarlos entre las ONGs que quieren llamar la atención para captar grandes recursos económicos. Miles de hectáreas de selva amazónica se queman, millones de animales mueren, plantas, aguas y montañas se ahogan entre las llamas y el humo y Bolsonaro, como un moderno Nerón, se limita a tocar el arpa de la indiferencia y la desidia expresando con ello su torpe manera de concebir el mundo.
Lamentablemente lo acontecido en Brasil ocurre en muchos lugares del planeta y más cerca de lo que nosotros podemos imaginar o percibir. En Colombia se anuncia el fracking y las multitudes callan mientras un sector económico aplaude tal medida. Se anuncia la entrega de grandes extensiones de tierra a multinacionales mineras y Colombia calla, guarda un reverente silencio mientras los líderes sociales que reclaman justicia para la Tierra son asesinados, silenciados o desplazados.
La mimería genera graves y delicados daños ambientales, muchas veces irreversibles y ligados a problemas sanitarios y ecológicos. Cómo olvidar la tragedia producida por mercaderes capitalistas que en un dos tres acabaron con el río Cauca y con cientos de microcuencas producto de la corrupción, la insensatez y la avaricia. Ahí actuaron los Bolsonaro criollos que ciegos ante la devastación del planeta anteponen sus intereses mercantilistas y antiecológicos. Pero nada pasa, a lo sumo una amañada investigación que termina precluyéndose y obligando a los colombianos a indemnizar a los verdaderos culpables.
Ocurre en nuestros pueblos, en nuestras veredas, en nuestros corregimientos y hasta en nuestros barrios. Y la gente, la multitud, los electores felices en su ignorancia izando la bandera de candidatos que no tienen empacho alguno en ocultar sus verdaderas intenciones con nuestro planeta. Bolsonaros que le abren la puerta a la deforestación, el envenenamiento de la tierra, la muerte y asesinato de especies y el desplazamiento de comunidades y hombres. Bolsonaros que son elegidos por la misma comunidad que luego los sufre y soporta; extractores de vida que en un santiamén arrasan con la tranquilidad cotidiana y someten, a cambio de espejitos y pepitas de oro falsas, a la eterna pobreza a cientos de incautos que movidos por sus engañosos ofrecimientos depositan su voto y celebran el triunfo de su propia desgracia.
Vemos con preocupación como candidatos del centro Democrático, especialmente, en diferentes regiones del país expresan sin vergüenza alguna su apoyo a la minería y a todas sus consecuencias nefastas e irredimibles. Defienden el fracking que no es otra cosa que herir a la Tierra de manera grave y delicada, lacerar su piel al punto de dejarla expósita a todos los males e iniquidades. El hombre inteligente y sensible debe despertar de su letargo y hacer de su voto un acto consciente y racional. El oro jamás será superior al hombre y únicamente en la medida en que las ganancias que este genera para un pueblo sean producto de una racionalidad económica será admisible su extracción.
Pero mucho me temo, como muchos lo hacen, que un candidato que promueve y defiende el fracking, que calla ante tantos males ambientales y ecológicos, que se suma a los Bolsonaro del mundo y que se sientan a ver arder la Amazonía con la parsimonia de unos neonerones, entiendan sobre la sensibilidad humana y de la misma naturaleza. Ellos únicamente se complacen cuando el hombre es abatido y humillado, convertido en paria y desplazado de la tierra de sus antepasados. Sostengo que un voto es un acto político y como tal debe elevarse a la categoría de razón y compromiso. No son las multinacionales mineras las que nos van a redimir de tanta pobreza y miseria, son los procesos humanos, producto de la razón y la inteligencia, de la concertación y la agudeza los actos que nos permiten avanzar en lo social sin desligarnos de nuestro contexto ambiental.
Y lo que podría ocurrir electoralmente en cualquier municipio o departamento colombiano es, quizá, la antesala del quebrantamiento del orden social y natural. En Brasil lamentan la elección de Bolsonaro, el mundo gime ante su complicidad y silencio y los cariocas vuelven su vista y su intelecto hacia esa inmensa red de vida que es el Amazonas. Que no arda nuestra tierra para que ese Bolsonaro que se viste de demócrata se siente en los cientos de alcaldías municipales, es prioritaria la defensa de nuestros recursos y de nuestro único y maravilloso planeta. Que ese acto político que es el voto sirva para elegir a los hombres sensibles e inteligentes que se la han jugado toda por defender el mismo corazón de la humanidad.