La conciencia de las cosas

 
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La conciencia de las cosas


No sé si es de común saber o conocimiento que las cosas tienen su propia sensibilidad, es decir que de alguna manera aún inexplicable sienten y se MANIFIESTAN. Ocurre con frecuencia que los objetos parecen hablarnos en un lenguaje sin palabras, producto de alguna conciencia universal. Nos hablan, por ejemplo, los sueños. Mejor dicho, las cosas penetran el sentido onirico de la existencia y cobran un inusitado ser.

Me ocurrió con unas viejas ollas que recibí como herencia de mi abuela. Los alimentos se tornaban duros y difíciles de cocer, al punto de requerir más tiempo y energía; los minutos se tornaban horas y las horas eternidades. La tulpa requería mucha más leña y fuego. Y era notable que todo se prolongaba inexplicablemente. El agua no hervía, la llama parecía no tocar el metal y éste se volvía impenetrable al abrazo del calor.

Un día, simple coincidencia, encontramos un viejo proyector con material de los abuelos. La abuela aparecía cantando y bailando, recitando algunas viejas fórmulas de sus exquisitos platillos. Su voz se fue esparciendo lenta y claramente sobre las cosas. El fogón se iluminó, los alimentos se transmutaron en blandas porciones y las viejas ollas, que en ese momento estaban en el fogón, iniciaron un inentendible y rápido bullir que a todos nos conmovió.

A medida que la voz de la abuela irrumpia con sus cantos y presencias las cosas que fueron suyas cobraron vida. Desde el cristal hasta el metal. Desde entonces cada vez que encendiamos el fuego de la tulpa, iniciabamos una especie de ritual con su presencia invisible de cantos y bailes.

El fogón encendía rápido y sin complicaciones, la llama bailaba tan pronto escuchaba su voz, los cuchillos se deslizaba veloces y raudos sobre los productos del campo y, lo más curioso, las ollas se aprestaban a sus voces. Parecía que todo obedecía a la voz de la abuela, a su presencia onírica y a sus mandatos gastronómicos y culinarios.

En muchas ocasiones pregunté si era un simple parecer nuestro o una realidad inasible y misteriosa. El silencio de los nietos y demás familiares me otorgaba la licencia de creer que todos lo dábamos por hecho.

Desde entonces el rito onírico de las presencias idas, y retornadas, se volvió una constante familiar. Entendimos que las cosas tienen una voz interna que se comunica con el universo. La conciencia, aquello que concebimos como tal, no es exclusiva de los hombres. Todo lo tiene a su manera, desde la piedra hasta la estrella. Aún el fuego, que debe recordar a su madera y a quien la cosechó y acarició por vez primera.

Los mismos sueños nos hablan con su propia conciencia que trascienden realidades y permanencias. Se cruzan mundos, se abren compuertas y hasta nos señalan derroteros y caminos. Quizá somos esa exquisita materia de los mismos sueños que nos habitan, sustancia etérea que sin ser se expresa y comunica.

No se cómo explicarlo, pero somos conciencia universal. Desde el mismo instante en que el universo surgió de esa nada cósmica hasta volverse infinito cosmos. En ese estallido estaba la abuela hablando con sus ollas, acariciando el fuego, besando sus llamas doradas y siendo Uno con el aire y la roca estelar.

Somos materia de polvo y sueño. Nuestros átomos abrazan sin tocar, tocan sin abrazar y se expresan entre distancias infinitas de energía y vacío. Ese beso jamás existió ; esa caricia fue siempre una ilusión de tormentas y giros eternos de una materia que se comunica entre misterios y silencios.

Somos la misma conciencia que orbita el vacío de las cosas. Somos la olla y el fuego, la presencia y la ausencia, el beso y el silente crepitar de la llama.

Somos este sueño que me dice que las cosas también sienten y que más allá de nosotros se encuentra ese mundo, ese universo hecho de sueños y eternos silencios.
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Comentarios más recientes
charly lakes
Muy interesante
 
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