Para la mayoría de las personas, decir groserías es considerado una mala educación. Sobre todo, si son dichas en lugares públicos, o con personas alrededor.
Puede que decir groserías no esté precisamente dentro del top 10 de comportamientos socialmente aceptables, sin embargo, los beneficios psicológicos de dejar salir una palabrota de vez en cuando podrían situarlo en el top de prácticas eficaces, para reducir el dolor o activar más nuestro metabolismo.
De acuerdo con el investigador Richard Stephens de la Universidad Keele y autor de un estudio relacionado con los beneficios psicológicos de decir groserías, los insultos o palabrotas tienen un efecto estimulante sobre el sistema nervioso simpático, que puede traducirse en una disminución del dolor y un aumento de la fuerza, aunque no se ha podido definir con claridad cómo procede este mecanismo.
Las groserías son a menudo muy inadecuadas, pero también pueden ser una prueba de que alguien está diciendo su opinión más honesta.
En términos generales, las ventajas que puede traer a nuestra salud mental el decir groserías en situaciones determinadas son:
“Soy sincero”
Muchos expertos coinciden en que decir groserías de forma moderada al inicio o final de un discurso puede ayudar a establecer un vínculo sólido y perdurable con la audiencia, quizás porque las personas interpretan el calor del diálogo como una muestra de compromiso y autenticidad.
Por otro lado, el problema de abusar de las groserías podría generar el efecto contrario: la pérdida total de nuestra credibilidad y la puesta en duda de nuestro profesionalismo. Es por esto que:
Las groserías deben ser utilizadas con moderación en este contexto, atendiendo a elementos puntuales y no de manera ofensiva.
“Tengo un buen vocabulario”
La mayoría de las personas asume que las palabrotas solo pueden ser producto de una educación deficiente o un bagaje lingüístico pobre, no obstante, las investigaciones han registrado cómo, de hecho, el número de palabras groseras que una persona puede enlistar en poco tiempo, guarda en realidad un vínculo muy estrecho con la fluidez verbal y la riqueza de vocabulario.
“Soy relajado y hago amigos fácilmente”
Una que otra grosería dicha de buena manera en el momento oportuno puede convertir un ambiente tenso en una atmósfera relajada y próspera para el intercambio social.
Las palabrotas activan nuestro cerebro y nos “energizan”
Debido al efecto que tiene en nuestro cerebro el decir groserías, ocurre una activación nerviosa que nos hace sentir un “subidón de energía” similar a lo que ocurre cuando se activa el mecanismo de lucha-huida en momentos de peligro.
Decir groserías es una señal de honestidad
Un estudio publicado en la revista Social Psychological and Personality Science nos explica cómo las personas que dicen groserías son vistas a menudo como individuos más honestos que quienes decoran demasiado su manera de hablar.
Fuente: buenavibra.es