Entre las instalaciones militares de alta seguridad de Fort Detrick, cerca de la capital de EEUU, y las calles hoy llenas de pánico de Conakry, capital de Guinea, hay la misma distancia que separa los sueños de la realidad. En Fort Detrick, hace un año, un equipo de científicos inoculó el virus del ébola, uno de los más letales del mundo, a un grupo de macacos. En los días siguientes, los monos comenzaron a sentir los síntomas de la infección, normalmente la antesala de la muerte: vómitos, escalofríos, fiebre e incluso hemorragias por todos los orificios del cuerpo.
Al cuarto día, los macacos comenzaron a recibir en vena un cóctel de proteínas producidas en laboratorio, capaces de pegarse al virus y derrotarlo. El 43% de los individuos se recuperó. En ensayos previos, el cóctel, bautizado MB-003, había servido para proteger al 100% de los monos tratados tan sólo una hora después de la infección.
En las calles de Conakry, la realidad es radicalmente diferente. El miedo es generalizado. Por primera vez, el temible ébola ha llegado a una gran ciudad, de casi dos millones de habitantes. Es un “desafío sin precedentes”, según Médicos Sin Fronteras, la organización que ahora mismo se encuentra en la vanguardia de la guerra contra el virus. Ya hay ocho casos confirmados en la ciudad, construida alrededor de un puerto en el océano Atlántico consagrado a la exportación de aluminio y bananas. Las autoridades sanitarias del país han registrado 122 pacientes sospechosos y 78 fallecimientos. Y el virus ha saltado ya a Sierra Leona y Liberia.
“En Guinea, nos hemos encontrado con la cepa Zaire del virus Ébola, la más agresiva y mortal, con una letalidad de más de nueve víctimas por cada diez pacientes”, ha afirmado en un comunicado Michel Van Herp, epidemiólogo de la ONG en primera línea de fuego. Su principal baza es buscar a las personas contaminadas y apartarlas del resto de la población, en centros de aislamiento en los que los enfermos, mayoritariamente, acaban muriendo rodeados de médicos frustrados por la impotencia, enfundados en aparatosos trajes de protección biológica.
La cepa más asesina
Este último brote de ébola tiene todos los ingredientes para provocar cientos de muertes en este rincón de África occidental: es la cepa más asesina del virus, se ha distribuido por una zona muy amplia y, sobre todo, el mundo sigue sin tener ni tratamiento ni vacuna para enfrentarse a la amenaza.
El biólogo estadounidense Larry Zeitlin es uno de los padres del cóctel de proteínas que ha conseguido frenar la infección en los monos encerrados a cal y canto en Fort Detrick. El investigador tiene claro por qué todavía no hay armas para luchar contra el virus, que desde su descubrimiento en 1976 sólo ha sido letal en regiones remotas de África cercanas a selvas tropicales. “El principal obstáculo, al menos para nosotros, es el apoyo económico. Recibimos financiación del Gobierno de EEUU, pero llega a borbotones, lo que hace muy difícil desarrollar rápidamente un fármaco”, explica Zeitlin a Materia. El científico preside Mapp Biopharmaceutical, una farmacéutica con sede en San Diego que trabaja con el Ejército de EEUU en temas de bioseguridad. Los militares están interesados en el ébola por temor a que un grupo terrorista lo utilice como arma biológica.
La financiación gubernamental, cuando llega, agota sus largos plazos, necesarios para que un posible tratamiento se estudie y se apruebe. “El apoyo privado podría acelerar el desarrollo, pero los inversores generalmente no están interesados en productos como este, con un pequeño número de pacientes, porque no son muy rentables”, explica Zeitlin.
El ébola llega al ser humano por el contacto con la sangre u otros fluidos de animales infectados, como murciélagos de la fruta, gorilas y chimpancés. Entre personas, el virus no se transmite fácilmente, como ocurre con la gripe, sino que requiere un contacto estrecho con la sangre, las heces, la saliva u otros líquidos corporales de los enfermos. Históricamente, esto ha limitado los brotes de ébola a unos pocos cientos de afectados. El último gran brote tuvo lugar en 2007 en República Democrática del Congo. De 264 personas infectadas, murieron 187, el 71% de los casos.
Tabaco transgénico
Con los problemas de financiación que sufre Zeitlin, su cóctel de proteínas se retrasará. “Probablemente pasarán unos cinco años o más hasta que un producto esté disponible comercialmente”, augura. Las proteínas son los llamados anticuerpos monoclonales, que se pegan al virus y atraen la atención de las defensas del organismo. Los científicos producen estas proteínas mediante plantas de tabaco transgénicas localizadas en Owensboro, en el estado de Kentucky. Los primeros ensayos para estudiar su seguridad en humanos sanos podrían empezar a comienzos de 2015.
El microbiólogo Gene Olinger es una de las pocas personas en el mundo acostumbradas a manipular las formas más letales del ébola. En los últimos años ha pasado su vida enfundado en un traje azul celeste de astronauta —como se suele llamar a los trajes de protección contra agentes biológicos— en el Instituto de Investigaciones Médicas en Enfermedades Infecciosas del Ejército de EEUU, situado en Fort Detrick.
Olinger se declara “cautelosamente optimista” ante las varias candidatas a vacunas. “Con financiación continuada, en cinco o diez años podríamos tener una vacuna tanto para humanos como posiblemente para el resto de primates, con el objetivo de aplicar la vacuna a la fauna salvaje”, opina. Algunas de estas vacunas en pruebas no sólo generan inmunidad contra el virus en animales sanos, sino que también funcionan como tratamiento una vez que se ha producido la infección, subraya Olinger.
El investigador recuerda cuando, en 2012, dos empresas biotecnológicas, la estadounidense Sarepta y la canadiense Tekmira, tuvieron que frenar temporalmente el desarrollo de sus posibles vacunas contra el ébola por problemas de financiación, debido a recortes en el Departamento de Defensa de EEUU. El dinero, reducido, se concentró entonces en los enfoques que parecían más prometedores. “La financiación está sufriendo en todas las áreas de la ciencia. Y la investigación de estos virus, como todas las áreas de la ciencia, se beneficiaría de una mayor financiación”, critica con prudencia Olinger, que ahora trabaja como asesor científico principal de MRIGlobal, una organización estadounidense sin ánimo de lucro que investiga para el Gobierno y la industria en temas como la bioseguridad y la energía solar.
Una vacuna muy prometedora
La posible vacuna de Tekmira comenzó en enero de 2014 a probarse en humanos sanos para, de momento, estudiar simplemente su toxicidad. Es el fruto de un contrato de 140 millones de dólares (unos 100 millones de euros) con el Gobierno de EEUU. La vacuna es muy prometedora, porque en 2010 consiguió curar a un grupo de seis monos previamente infectados por el virus. Un séptimo macaco murió. El tratamiento consiste en la inoculación de unas moléculas pequeñas de material genético, el llamado ARN de silenciamiento, que son capaces de apagar genes del virus esenciales para su replicación. El gran éxito de la farmacéutica canadiense es su sistema de transporte. Para evitar que este material genético de laboratorio se degrade en el organismo, la empresa lo mete en una nanopartícula que funciona como taxi blindado hasta el virus.
El virólogo Rafael Delgado estudia una proteína de la envoltura del ébola. En su laboratorio del Hospital 12 de Octubre de Madrid intenta comprender cómo nuestro organismo reconoce al virus e intenta defenderse contra él. A su juicio, además de la falta de financiación, la búsqueda de un tratamiento o una vacuna contra el ébola se enfrenta a otros obstáculos importantísimos, como la dificultad de hacer ensayos clínicos con enfermos. “El patrón de comportamiento del virus es imprevisible, aparece en aldeas remotas y hace muy difícil probar fármacos en los afectados”, lamenta.
“La obtención de una vacuna contra este agente nunca tendrá interés comercial”, subraya el virólogo. Para Delgado, no obstante, es comprensible que la investigación del ébola reciba “una financiación proporcionada” respecto a otras enfermedades mucho más dañinas, como la malaria, “que mata a cientos de miles de niños todos los años”.
“A pesar de que el ébola es un agente relativamente conocido por su altísima mortalidad, e incluso ha protagonizado películas, hay que tener en cuenta que el número de personas afectadas se reduce a unos cientos desde el primer caso en 1976”, matiza el experto. En estas cuatro décadas, apenas se han registrado unos 2.000 casos. Unos 1.280 acabaron con la muerte.
Fuente: elpais.com