Sin duda todo en la vida tiene un precio y hay quienes están dispuestos a pagarlo por muy caro que sea. ¿Qué se sentirá pasar de ser un don nadie a ser un ídolo internacional? Seguro no es tarea fácil, tampoco imposible, se necesita tener hambre de crecer, astucia, valentía, fortaleza, constancia, coraje, paciencia, hambre de vida y hacer a un lado el miedo, su vida no sería suya si no pudieran hacer con ella lo que les plazca.
Para muchos el boxeo es solo un deporte, para otros, no debería serlo por ser salvaje o brutal no se debería de practicar, tal vez para los boxeadores es una disciplina, su forma de ganarse el ser alguien en la vida, crecer, cumplir sus metas y objetivos, mejorar su calidad de vida, incluso de ser mejor persona y salir de un pasado incierto.
Para un servidor es como una religión, donde se realiza una ceremonia en la que se combina la noche, gritos, ánimos, aplausos, abucheos, apuestas, luces y edecanes, todo este ritual girando en torno a la contienda de los dioses guerreros de carne y hueso que dejaran todo en el ring peleando hasta noquearse.
Es de esta manera como los dioses se ganan la fe de sus aficionados trabajando rudo, rompiéndose el alma, arriesgando y explotando el físico dando el todo por el todo y algunas veces quedándose sin nada o solo con sus trofeos, el cariño, admiración de los aficionados, recuerdos de cuando estuvieron en la cima que nunca olvidaran y por si fuera poco hundidos en el vicio y en la miseria de la calle.
Y es que la vida de un boxeador es así como puede ser bella puede ser perversa, siendo víctimas y esclavos de sí mismos para enfrentarse a un futuro incierto que puede ir desde la fama hasta la muerte.