A Amanda Obando, con cariño y profundo afecto, tejedora de sueños..
El circo nace en el corazón del hombre, en sus más íntimos deseos de recrear su realidad; la sonrisa nació entre aquellos instantes en que sobrevivíamos y existíamos. Y, al sonreír, la humanidad entendió que esa es quizá nuestra única necesidad en este plano terrenal, nada somos sin sonrisas, poco somos sin esa media luna dibujada en nuestro rostro… vivir es reír, y existir es abarcar la sonrisa como la mejor alternativa de sembrar esperanzas y alegrías.
Y, crease o no, los circos también se quedan sin sonrisas, sin aplausos, sin los algodones de azúcar o las manzanas acarameladas. Este tiempo es clara muestra de ello, de que el circo está triste por cuanto debe cerrar sus puertas y bajar el telón por tiempo indefinido, hasta que la pandemia de Coronavirus sea contralada y superada por las organizaciones mundiales de salud.
El Circo Los valentinos llegó a la ciudad de Pasto hace dos meses, tiempo en el cual permitió que niños y adultos olviden sus obligaciones cotidianas para darse cita con la plenitud de la sonrisa; tiempos de encuentros y bellas añoranzas en las cuales se recordaba los bellos días de niñez, cuando la visita de uno de estos espectáculos se anunciaba en las principales calles de la ciudad con megáfonos y música que siempre evocaba los encuentros con payasos, malabaristas y contorsionistas, lo mismo que con magos, espectáculos extraordinarios y dulces de diversos tamaños, colores y sabores.
Pero todo tuvo que ser clausurado por el anuncio de las organizaciones mundiales de salud de la irrupción de un virus en forma de corona que nos obligó a olvidarnos de besos, abrazos o saludos efusivos o de aproximaciones cotidianas. El circo cerró sus puertas, noventa integrantes deben acatar la orden de suspender actividades. El show termina, se cierra el telón y se deja atrás la presencia de un público que entre risas y alegrías aplaude cada aparición de los actores.
Como un viejo barco en medio de las olas marinas, debe echar anclas, aferrarse a la hierba que le brindo abrigo y esperar que nuevos vientos les permitan continuar su eterno viaje. Payasos, magos, contorsionistas y equilibristas se ven obligados a guardar sus aditamentos de trabajo y resignarse a su triste suerte de aplazar sueños, risas y abrazos. Viven la ausencia de sus seres queridos que en la distancia los extrañan y les desean un pronto regreso; sin embargo la fe no desaparece de sus caras sin pintar o de sus pieles sin vestir, abrazan sus esperanzas como un ave herida en medio de su nido.
No piden nada, ni siquiera clemencia, únicamente un poco de agua y luz para mitigar sus penas, pequeña recompensa para quienes regaron el corazón del hombre de flores y mariposas, diminuta petición para quienes merecen el mundo entero. Nuestras autoridades tienen la palabra, exonerémoslos del pago de agua y de energía eléctrica y brindémosles, de ser necesario, una pequeña ayuda cuando sus comestibles se agoten. Ya nos darán más sonrisas y espontáneos momentos de felicidad. Nuestra solidaridad con ellos, con todos los circos del mundo, con todos los bienaventurados que profetizan alegrías y reparten felicidad.