La muerte de cuatro médicos y un conductor de ambulancia en Colombia dejan en evidencia la preocupante desidia del Estado por el sistema de salud. Hospitales desmantelados, médicos mal pagados, enfermeras sin salario por meses enteros y administrativos en bancarrota. Esa es la triste realidad que hoy encontramos en cualquier hospital de Colombia. Lesivas leyes, normas y decretos convirtieron al otrora prestigiosos gremio de médicos en una especie de asalariados contratados por horas, jornadas y, muchas veces, sin prestaciones ni garantías laborales.
Fue un gran error del Estado colombiano entregar el manejo de los recursos de la salud a mercenarios empresarios que hicieron de la salud un jugoso negocio. Poco a poco se desmantelaron clínicas y hospitales, se confeccionaron leyes que asfixiaron integralmente el régimen de salud de los colombianos. Y los más afectados, por supuesto, fueron los médicos y enfermeras que tuvieron que mirar impávidos como sus pocos privilegios se esfumaban ante la avalancha de desmontes en sus regímenes laborales y salariales.
El precio que pagamos los colombianos por este acto de inconciencia colectiva ha sido muy costoso, tanto en vidas como en recursos. Las constantes quejas de nada han servido para que en el congreso de la República nuestros legisladores hagan un análisis sereno y juicioso de las reformas surgidas de su estúpido actuar. Se llevó a la salud de los colombianos a un total estado de postración, de agonía lenta y de inmisericorde asfixia económica. Los recursos que los colombianos aportamos para su sostenimiento se quedan enredados y embolatados en las empresas y empresarios de la salud que saben cómo usufructuar en provecho propio los exorbitantes recursos que entran e ingresan a sus arcas.
El otro lado de la moneda se ve reflejado en la pésima atención a los usuarios o clientes de estas empresas particulares de la salud. Mercados que también reciben gruesos recursos del Estado, pero que se confieren el derecho de manejarlos bajo sus propias normas y concesiones.
Igualmente lamentable que las manos corruptas e inescrupulosas de los políticos de turno enlodaran y ensuciaran una de las más importantes y prioritarias necesidades de los colombianos. Los hospitales, clínicas, EPS y farmacias o dispensarios se convirtieron en un verdadero fortín burocrático y clientelista desde donde se desvían ingentes recursos para sus apetitos electoreros. Ocurre hoy, en plena pandemia de covid19 y nos negamos a creer que continuará sucediendo por largo tiempo. Es triste ver como las gerencias de hospitales quedan en manos de familiares y adeptos de los caciques políticos, como los recursos desaparecen ante la forma tan peculiar de crear una total impunidad para sus actos crueles y dignos de unos sociópatas que no se duelen ni mucho menos entienden el mal que causan y generan entre los afectados.
Mal haríamos los colombianos si permitimos que las cosas en la salud continúen de esta manera. Nos condenaríamos a una muerte lenta y dolorosa. Podemos ver en la actual coyuntura a nuestros hospitales y clínicas en total abandono, saqueados y en pésimo estado de conservación. A los médicos laborando sin las mínimas condiciones de seguridad y a los funcionarios de la salud implorando un miserable par de guantes o un simple tapabocas. Es célebre y digno de figurar en el séptimo arte la escena de unos médicos jugándose con los dados el único traje de seguridad que existe en su hospital. Los demás, protéjanse como puedan, con plásticos y elementos que no ofrecen seguridad alguna. Lamentable escena que se repite día tras día en Colombia.
Pero, repito, como sociedad no podemos permitir que las cosas continúen igual o se empeoren con el transcurrir de los días. Debemos recuperar el sistema de salud. Clamar por la dignidad laboral y científica de nuestros médicos y, sobre todo, impedir que hospitales y clínicas continúen en manos de políticos y empresarios inescrupulosos que como sanguijuelas se chupan su presupuesto, vampiros modernos que viven de la sangre y el dolor de los colombianos.
Los muertos no son héroes, son víctimas de un perverso sistema que los condena a ejercer una labor sin los mínimos requisitos y con unos salarios que no se compadecen de su esfuerzo académico y profesional. O recuperamos la salud o nos condenamos a décadas de padecimientos. Esta pandemia ha puesto en evidencia la inconciencia de los colombianos en proteger su régimen de salud, lo inicuo de las leyes y normas y la estupidez colectiva. A ellos los matamos entre todos, los condenamos como sociedad y como país. En su memoria y en la de los que los seguirán exijamos mayor presupuesto para la salud y dignidad para nuestros médicos y enfermeras.