Miércoles, 10 de junio de 2015
Sociedad
• Viernes, 5 de junio de 2015
• Edición impresa
Familia pide esclarecer la muerte de un religioso salesiano
Raúl Larrañaga (30) estudiaba teología en Buenos Aires. En abril de 2012 cayó a más de siete metros mientras arreglaba un techo.
Fernando, Adriana, Agustín, Hugo y Adriana confiesan que necesitan saber qué pasó con Raúl. |@ Archivo / Los Andes -
El 23 de abril de 2012, la noticia sobre el fallecimiento del seminarista salesiano Raúl Larrañaga (30), ocurrido Buenos Aires mientras se encontraba alojado en una institución católica, conmovió a toda la comunidad religiosa de Mendoza.
De acuerdo a la reconstrucción de lo ocurrido aquel día, el hombre cayó desde un techo, a más de siete metros de altura mientras intentaba realizar una reparación en el edificio luego de una tormenta.
Sin embargo ahora, cuando la causa sobre su muerte se encuentra cerrada y archivada en el juzgado de garantías N° 4 del departamento judicial de La Matanza, su familia decidió hacer público su descontento por la manera en que su caso fue abordado.
Sus padres, Adriana Tello (54) y Hugo Larrañaga, junto a sus hermanos, Fernando (32), Romina (27) y Agustín (14) aseguran que en estos años, luego de la pérdida de “Larry”, como todos conocían a Raúl, han agotado todas las instancias para tener más precisiones sobre lo sucedido el día de la trágica caída.
Ellos mismos advierten que en diferentes oportunidades viajaron al lugar del hecho para intentar recolectar algún indicio, una huella, que les permitiese responder alguno de los tantos interrogantes que aún mantienen.
Adriana dice que desde el mismo momento en que recibió el llamado de alerta por parte del director de la congregación salesiana Sagrado Corazón, nada estuvo claro y hubo en el camino muchas incongruencias por parte de las autoridades eclesiales.
La mujer recuerda que cuando recibió el llamado que cambió su vida para siempre era el mediodía y se encontraba trabajando en la Universidad Juan Agustín Maza, donde se desempeña desde hace años.
“Me dijeron que debíamos viajar en forma urgente porque mi hijo había tenido un accidente, pensábamos que estaba vivo”, dice con la voz entrecortada y relata que ese mismo día, ella y su esposo tomaron el primer avión a Buenos Aires.
Partieron de Mendoza a las 17 y arribaron a Buenos Aires a las 19. Adriana asegura que a esa hora ellos desconocían que Larry había fallecido.
“Cuando llegamos, preguntamos por él, nos dijeron que estaba en el hospital Italiano (San Justo, Buenos Aires), así que nos fuimos allí y en el camino recibí un mensaje donde me daban las condolencias. Así me enteré de que mi hijo había muerto”, lamenta Hugo. Sus hermanos, por su parte, supieron sobre la pérdida a través de Facebook. Lo que no comprenden es por qué no les informaron a tiempo.
Según los documentos que la familia conserva hasta hoy, Raúl murió pasadas las 12 y a las 14 fue llevado al hospital. “No podemos saber por qué no lo llevaron apenas sucedió la caída. Nadie nos quiso dar una respuesta o aclarar la situación. Lejos de eso, limpiaron con agua y lavandina el lugar donde mi hijo cayó y por eso no fue posible tener pruebas de nada”, denuncia Adriana quien envió más de 50 cartas por correo al Gobierno nacional y entregó una carta a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para que la causa sea retomada.
“Ella nos contestó y nos prometió derivar la investigación al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Pero nada se puede hacer si la causa sigue cerrada”, asegura la mujer y agrega que también pidió la intervención del Arzobispado de Mendoza y encomendó la investigación a peritos particulares.
“No pueden negar que en los informes periciales se deducen incongruencias y omisiones por parte de las personas que vivían en ese momento con él”, plantea y aclara que luego de la muerte de su hijo, tanto sus compañeros de estudio como el director del establecimiento se fueron a otras provincias.
“Fue todo muy extraño. Al menos 20 personas estaban cuando él se cayó; no es posible que nadie sepa qué fue lo que pasó”, expresa Romina. Del relato de la familia de Raúl se desprende una profunda decepción.
Cuentan, por ejemplo, que el caso siempre estuvo impregnado de un halo de silencio y que por eso no pueden aclarar sus dudas, pese a las condolencias y mensajes de aceptación que fueron emitidos desde la casa religiosa.
Se preguntan también cómo fue que Raúl se encontraba reparando un techo sin las medidas de seguridad necesarias o por qué no había un protocolo para actuar ante una emergencia de esa magnitud.
Dicen, incluso, que cuando fueron a buscar sus pertenencias, sólo recibieron una mochila, CDs y algunas fotos donde aparecía él en plena misión por los barrios más vulnerables.
“Después nos entregaron su computadora. Cuando la mandamos a analizar, nos confirmaron que había archivos borrados”, cuenta Adriana y aclara que por estos días el caso está en manos de un abogado de Buenos Aires, que solicitará el desarchivo de la causa. “Queremos que se retome la investigación y que llamen a declarar a todos los que estuvieron el día en que él murió”, pide.
Memoria viva
En la casa de Las Heras, donde viven los Larrañaga, Raúl está presente en cada rincón y de hecho, forma parte del día a día de cada uno de los integrantes de la familia. La última vez que lo vieron con vida fue el 15 de abril de 2012, cuando el mendocino había viajado a su provincia para pasar algunos días. Una foto que aparece enmarcada en la pared del living revive aquel momento, en que -aseguran- fueron muy felices.
Un poco más allá, del lado de la cocina, Adriana muestra un pequeño altar. “Acá está su mate. Lo llevamos cada vez que vamos al parque de descanso; él era pura alegría y quería transmitir a todos su mensaje de esperanza. Siempre quiso ser sacerdote”, rememora su mamá como intentando contener el llanto.
Hugo, mientras tanto, recuerda a su hijo a través de anécdotas y relatos cargados de amor. Dice que siempre sintió la vocación por el sacerdocio y que por eso dejó la carrera como ingeniero electrónico, que había transitado hasta llegar al tercer año, en la Universidad Tecnológica Nacional.
“Se hacía querer por todos, quería ayudar”... Hugo muestra orgulloso un afiche con mensajes escritos por sus amigos cuando él murió. Es una gran muestra de afecto, que la familia ha preferido amurar a una de las paredes del pasillo. “En el día, lo tenemos enrollado, porque si lo vemos nos largamos a llorar”, confiesa el hombre
WARNING: Adriana Patricia Tello made this note and was not rated by users as credible.