A PROPÓSITO DE LOS MALOS GOBERNANTES…
El Presidente Santos, y todos sus antecesores en el cargo, se han educado en los Estados Unidos y, con su peculiar forma de gobernar, han demostrado que no han aprendido nada de la historia política de ese gran país, ni la del nuestro y muchísimo menos de la historia de la antigüedad. Decía José Ortega y Gasset, en su Historia Como Sistema que, “El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, apilados piedra sobre piedra durante miles de años (…) Romper la continuidad con el pasado, querer empezar de nuevo, denigrar al hombre y plagiar al orangután. Fue un francés, Duppont Withe, quien alrededor de 1860 se atrevió a exclamar: “La continuidad es un derecho del hombre; es un homenaje a todo aquello que lo distingue de la bestia”. Por todo ello debemos suponer que nuestros gobernantes le dedicaron su tiempo a labores más lúdicas y menos esforzadas que el estudio razonado y crítico de la historia de los pueblos.
Los Padres fundadores de los Estados Unidos eran por su misma concepción del mundo y de la vida, por sus creencias filosóficas y religiosas, pesimistas constructivos, tanto que se esforzaban al máximo en todo aquello que, bajo su mirada crítica, amenazaba con torcerse en las relaciones humanas frente al acontecer político. Es por ello que sorprende, a propios y extraños, que nuestros gobernantes y la clase dirigente que los mantiene económicamente se hayan equivocado tanto en la toma de decisiones para encarrilar el país hacia un futuro cierto. No nos sorprende la actitud del Presidente Santos al dar un paso atrás en relación con los acuerdos de paz que se discuten con los representantes de las FARC en Cuba, presentando ante los negociadores una propuesta políticamente incorrecta aunque aparentemente democrática: Someter a referéndum los acuerdos de paz. Con esta actitud, el Presidente, en lugar de mostrarse fuerte ante sus legítimos contradictores, ante los ciudadanos y ante los cuerpos colegiados, demuestra una debilidad inconmensurable, como si careciera de los apoyos necesarios para llevar a buen puerto las negociaciones de paz y la tranquilidad a toda la nación. Su actitud deja entrever que su decisión depende más de las presiones externas frente al próximo debate electoral o al sometimiento de intereses de terceros, sean estos foráneos o nacionales. Sea como fuere, las conversaciones de paz exitosas requieren de un poder centralizado. No debe perderse la perspectiva de que solo los gobernantes con un poder bien cimentado, tanto dentro de los cuerpos colegiados como de la conciencia ciudadana, ¬– Nótese que no hago mención alguna de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado por considerar que su misión está claramente delimitada en Colombia por la constitución y la ley en su Artículo 217- pueden garantizar las aspiraciones de paz y de concordia exigidas por la ciudadanía en general y tan manoseadas por los que desean que el estado general de guerra, que tanto les conviene a sus intereses económicos continúe.
Para colmo de la situación en la que se vive en el país, el señor Presidente Santos, como todos sus antecesores desconocen, mas por pereza que por devoción, la psicología de sus conciudadanos: no es posible cambiar la mentalidad y el corazón de un pueblo cuando llevan centurias de padecimientos y dificultades, luchas y odios sembrados en sus corazones por la clase dirigente, política y económica, que siempre los ha gobernado. No se pueden cambiar estas conductas si no existe una verdadera voluntad política de hacer, pensando más en la nación que en intereses espurios de terceros. Por la misma razón, no se debe recurrir al expediente del constituyente primario para descargar, sobre los ciudadanos, las responsabilidades que como gobernantes les otorga la constitución y la ley disfrazando un acto demagógico de democrático. Es verdad que el acto constitucional del referéndum, en relación con las negociaciones de paz, parece democrático, pero solo eso, parece y nada más toda vez que la conciencia ciudadana es manipulada por la clase política, por los medios de comunicación, por los intereses financieros y por la falta de voluntad para vivir bien informados.
El desconocimiento de la historia, tanto antigua como moderna, más aun, la de su propio país, hace actuar a estos gobernantes de forma irracional, prevalidos del poder sobrevenido que les otorgan los ciudadanos con su ejercicio democrático. Los gobernantes, olvidando el mandato constitucional, utilizan más la fuerza y la violencia que la razón, haciendo uso abusivo de las nuevas tecnologías, tanto armamentísticas como de comunicación, toda vez que estos nuevos ingenios les permiten romper el vínculo emocional entre un acto violento y su actor, convirtiéndose en verdaderos depredadores de su propio pueblo. El ejemplo más cercano lo tenemos en la revuelta campesina que sacude en estos días los cimientos de la nación y que ponen al descubierto las verdaderas intenciones del TLC con los Estados Unidos, y el uso desmedido de la fuerza pública, infringiendo con ello la constitución y la ley que han jurado defender...-
Permítaseme, para finalizar esta nota, citar el pasaje más importante del Leviatán de Hobbes, donde describe la vida sin un poderoso gobierno civil: “Por tanto, todas las consecuencias que se derivan de los tiempos de guerra, en donde cada hombre es enemigo de cada hombre, se derivan también de un tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que no sea la que les procura su propia fuerza y su habilidad para conseguirla. En una condición así, no hay lugar para el trabajo, ya que el fruto del mismo se presenta como incierto; y, consecuentemente, no hay cultura de la tierra; no hay transportes seguros y no hay uso de productos que deban exportarse, no hay construcciones de viviendas populares, no hay conocimientos, no hay artes ni letras; no hay sociedad. Y, lo peor de todo, hay un constante miedo y un constante peligro de perecer con muerte violenta. Y la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta (…) revelarse contra los gobiernos corruptos no solamente es licito sino necesario…”
Carlos Herrera Rozo.