"Ellos venían a elegirnos", recuerda Fati. "Nos preguntaban '¿Quién quiere ser una terrorista suicida?' Las muchachas gritaban 'yo, yo, yo'. Estaban compitiendo para ser terroristas suicidas".
Las jóvenes se pelean por sujetarse una bomba, no porque les hubieran lavado el cerebro a causa de los violentos métodos de adoctrinamiento de sus captores, sino porque el hambre incesante y el abuso sexual —junto con los constantes bombardeos— llegaron a ser insoportables.
Querían una salida, dice. Querían una escapatoria.
Fati, de 16 años, cuyo nombre ha sido cambiado para proteger su identidad, se detiene y sostiene los tres brazaletes de oro que rodean su muñeca. Son un regalo de su madre, su única conexión con su hogar después de que se convirtiera en una de los cientos de chicas secuestradas por el grupo terrorista más mortífero del mundo, que las obligó a casarse con sus combatientes.
"Fue solo porque quieren huir de Boko Haram", dijo. "Si les dan una bomba suicida, entonces tal vez se encontrarán con soldados, les dirán, 'tengo una bomba conmigo' y ellos podrían quitar la bomba. Pueden huir".
No hubo escapatoria para Fati cuando los combatientes de Boko Haram llegaron a su pueblo en el noreste de Nigeria en 2014. Su futuro "esposo" portaba un arma, y los padres de Fati habían gastado ya unas valiosas 8.000 nairas (aproximadamente 40 dólares) para llevar ocultos a sus dos hermanos mayores a un lugar seguro. No había nada que pudieran hacer.
"Dijimos 'No, somos muy pequeñas; no queremos casarnos'", recuerda Fati. "Así que nos casaron por la fuerza".
Después de que la violó por primera vez, el abusador de Fati le dio un regalo de boda: un vestido púrpura y marrón con un pañuelo que combinaba y debía llevar puesto durante los siguientes dos años mientras estuviera bajo su control, trasladándola de escondite en escondite a fin de evadir a las autoridades nigerianas.
Dice que conoció a chicas aún menores que ella en el bastión de Boko Haram en el bosque de Sambisa, secuestradas de sus familias para darlas en matrimonio, encerrarlas y someterlas a abusos por parte de sus autoproclamados "esposos".
"Había tantas niñas secuestradas allí, que no podía contarlas", dice Fati.
Entre ellas, dice, están algunas de las más de 270 estudiantes de Chibok, Nigeria, cuyos secuestros en abril de 2014 horrorizaron al mundo.
La campaña en redes sociales con la etiqueta #BringBackOurGirls le dio a muchas personas un primer vistazo hacia el abuso de Boko Haram hacia mujeres y niñas. Pero recientemente, el grupo ha adoptado una nueva táctica repugnante.
Una serie de nuevas estadísticas alarmantes publicadas por UNICEF muestran un aumento espectacular en el uso de niños como bombas en cuatro países —Nigeria, Niger, Chad y Camerún— donde Boko Haram ha emprendido su campaña de terror durante los últimos dos años.
El número aproximado de niños que son utilizados en atentados terroristas se ha disparado de cuatro en 2014 a 44 en 2015. UNICEF dice que tres cuartos de todos los bombarderos son niñas.
A medida que el número de niños involucrados en los ataques ha aumentado, una coalición multinacional que acaba de formarse ha estado poniendo presión sobre el grupo afiliado a ISIS como nunca antes.
La historia de Fati revela una organización terrorista que le está exigiendo más y más a sus cautivos, a medida que sus decisiones se ven impulsadas cada vez más por la desesperación.
Sambisa, la cual una vez fue considerada como la fortaleza impenetrable, incluso maldita, de Boko Haram, está siendo atacada, ya que es el objetivo de implacables bombardeos aéreos y redadas por parte del ejército nigeriano.
"Siempre había bombas y balas que caían del cielo", recuerda Fati. Ella le tenía tanto miedo a las bombas como a sus captores.
"Todas las chicas estaban muy asustadas. Todas ellas, siempre lloraban y los hombres nos violaban", dijo Fati mientras recordaba el tiempo que pasó en Sambisa. "No hay comida, nada. Las niñas... puedes contar sus costillas debido al hambre".
Fati dice que muchos de los cautivos perdieron la vida en los ataques en Sambisa, como algunas de las niñas de Chibok. Sin embargo, en el transcurso del año pasado, las redadas también han liberado a cientos de mujeres y niñas, entre ellas Fati, a quien el ejército de Camerún recogió luego de que sus captores desertaran y trataran de escapar por la frontera.
Fati ahora se encuentra en la relativa seguridad del campo de refugiados en Camerún. Cuando Boko Haram empezó a saquear los pueblos fronterizos, los nigerianas corrieron aquí, desesperados en busca de comida y seguridad.
Se formó un campamento alrededor de ellos; tiendas blancas cubrían el polvoriento terreno en este tipo de ciudad que se hacía cada vez más grande. Ya era el doble de su tamaño original.
Lo que han encontrado es una ciudad al revés: un lugar donde a las niñas las ven con sospecha, en lugar de aceptarlas.
"Podemos tener todas las armas del mundo", dijo el coronel del ejército de Camerún, Mathieu Noubosse. "Ellos están usando niñas de tan solo 8 años".
El puesto de avanzada del coronel se encuentra en un terraplén rocoso con vista a Nigeria. El camino debajo se extiende hacia Maiduguri, la capital del estado de Borno y el lugar de origen de Boko Haram.
Gwoza, que una vez fue una fortaleza del grupo y donde Fati pasó varias semanas, puede verse desde la mira de las metralletas de los soldados. Ellos se preocupan ahora, a medida que la coalición sigue acumulando victorias militares, por el hecho de que Boko Haram siga haciendo uso de niñas como su arma de elección.
Noubossa dice que las niñas son terroristas suicidas ideales. Los artefactos pueden ser escondidos debajo de sus largos velos o en cestas sobre sus cabezas. Él dice que los dispositivos a menudo son detonados a la distancia. Las personas más vulnerables en esta sociedad ahora se están convirtiendo en las más temibles.
"Ellas son las víctimas", dice la directora nacional de UNICEF en Camerún, Felicity Tchibinda. "Pero las están viendo de maneras sospechosas, y tenemos que cambiar esa narrativa. Habrá consecuencias a largo plazo si no lo hacemos. Perderemos la confianza entre las comunidades, las víctimas y las autoridades que se supone, deben protegerlas".
En Minawao, cambiar la narrativa involucra tener programas de defensa a lo largo del campo, al igual que protección para las niñas como Fati.
Aquí, la etiqueta de esposa de Boko Haram puede tener consecuencias serias.
"Es una doble tragedia", dice la oficial de protección de UNICEF, Loveling Ndam. Ella dice que las chicas son rescatadas del terror sólo para ser aisladas por sus comunidades.
El campamento, el cual se encuentra a los pies de las montañas cubiertas de matorrales, está justo afuera de la zona roja de frecuentes ataques por parte de Boko Haram, pero al otro lado de las colinas operan pequeños grupos de combatientes.
"Hace un año, la situación humanitaria evidentemente era peor en Nigeria. Hoy, es el mismo (del otro lado de la frontera), el mismo nivel de crisis", dice un alto diplomático occidental.
Funcionarios de seguridad dicen que Boko Haram ha infiltrado el campo, pero lo que los refugiados más temen son las niñas secuestradas que han escapado, como Fati.
"Si vemos una niña extraña, podría ser una terrorista suicida", dice Mohammed Amodu, un líder refugiado. "Quizá su mente está con Boko Haram".
Este es un sentimiento que impregna el área donde Boko Haram opera.
Fasumata, una refugiada que acaba de llegar, dice que cuando las luchas llegaron a su aldea, ella se escondió durante días con sus hijos debajo de colchones, sin poder moverse hasta que los enfrentamientos se calmaron. Cuando terminó el tiroteo, tomó a sus hijos y huyó.
"Todo el mundo estaba asustado... sin zapatos, sin nada", recuerda. "Todos corrían por sus vidas".
Aun así, ella se considera afortunada. Logró llegar a Minawao sin ser atrapada por Boko Haram. Ella había escuchado las historias incluso cuando su aldea aún estaba a salvo del conflicto.
"Si ven a alguien que escapó de Boko Haram, piensan que aún están con Boko Haram", dice Fasumata, "que Boko Haram los liberó para hacer atentados suicidas. No solo en el campamento, en cualquier lugar de Nigeria. Las personas tienen miedo porque en todas partes, si escuchas 'bombardero suicida' es una niña".
Fati, mientras tanto, simplemente está agradecida de estar con vida. El último día de marzo, ella logró ponerse en contacto con su madre por teléfono luego de que encontrara a un refugiado de su misma aldea en el campamento.
Pasaron dos días para que su madre pudiera llegar a Minawao.
"Ella tuvo que pedirle dinero a personas en la aldea para poder pagar el viaje hasta aquí", dice Fati. "Ahora que he escapado, le agradezco a Dios, y siempre rezo para agradecerle que haya sido capaz de escapar".
Pero dice que muchas chicas aún están en el bosque Sambisa, y algunas se ofrecen a morir para que quizá puedan vivir.
Fuente: cnnespanol.cnn.com