El viaje se nos antoja un viaje en el tiempo: en el flamante Estado de Progreso, en cuyo mapa encontramos a San Pedro Garza, García, el supuesto municipio más rico o de mejor nivel de vida en América Latina, en Nuevo León, de repente todo se torna pueblerino y, aún más, uno de esos pueblos olvidados y casi muertos, como los que narrara Juan Rulfo.
En el camión, ruta urbana tomada en pleno centro de Monterrey, se siente un aire rural, apurado por las malas condiciones del camino, que hace tambalear y caer a señores de edad, cuyo sombrero va a dar al suelo en el intento de sostener a sus hijos pequeños. Un letrero arriba del chofer lo advierte: ¡súbase, agárrese y cállese!, dice un Pato Lucas juguetón, y al menos unas cuatro veces el chofer se levanta a checar la puerta, una llanta o cualesquier cosa.
Llegamos a la colonia-pueblo La Alianza , ubicada en Escobedo, N.L; después de un largo camino que rebasa la autopista, casi lindamos con El Carmen, N.L, y al bajar, el paisaje es deplorable. Los adjetivos no están de más. La polvareda es un velo que nos recibe, y al atravesarlo, nos encontramos a un grupo de trabajadores que, después de 10 años, cumplen una de las promesas, no de campaña, sino de la compra que hicieron los habitantes de sus lotes: el gas.
Sobre las semi-calles (no tienen pavimento, son sólo una masa de tierra, piedras y desperdicio), registramos los rostros que son surcados por dos impresiones: la ansiedad y la resignación; poco pueden esperar de una administración, encabezada por la alcaldesa Clara Luz Flores Carrales, que nunca los visita y cuando lo hace, ocurre con imponente aparato de seguridad. “A una señora se la llevaron por pedir agua”, expresa una de las vecinas, quien recuerda que Clara Luz Flores, en su primera Administración, dijo: “me suben a esta señora”, pues cuando ocurrió lo del huracán Alex muchos de ellos necesitaban agua, pero la Alcaldesa les contestó: “hay gente que la necesita más que ustedes”. Una fuerte indiferencia e insensibilidad por parte de la autoridad, sienten los vecinos de la colonia Alianza.
“Cuando nos vendieron estos lotes, supuestamente incluía los servicios, supuestamente el precio lo incluía, pero cuando llegamos aquí, hace 10 años, no ha sido así, hemos tenido que esforzarnos mucho y hasta hace poco todavía venía una pipa a servirnos de agua”, expresa otra vecina. Hacia donde se camine, sólo se respira o aprecia desolación. Incluso, aquí la ironía encuentra buen terreno para existir: “Tortillería La Única”, dice una tortillería y “D´Ilusión”, alardea patéticamente otro comercio, que ve hacia un baldío que pudo ser una Plaza, pues era su destino como el de otros tantos terrenos que sólo son campo de maleza y basura.
“NO hay suficiente luz”, se quejan los vecinos porque eso posibilita los asaltos: “en toda la colonia hay asaltos”, comentan preocupados los vecinos, que también desearían una mayor presencia de los elementos de seguridad, pues padecen mucho éste problema de seguridad, que va del asalto con navaja, hasta la presencia de narcomenudeo.
“Es que se roban todo el cableado oiga”, dice un señor, a quien por fin preguntamos: ¿qué dice la alcaldesa de todo esto? No hay respuesta. “¿Pero ella viene, los visita?”. “Ha, sí, vino hace dos días, a hacer una posada en el Centro Comunitario… es la segunda vez que viene”, mencionan los ciudadanos que, quizá a fuerza de no recibir atención, ya ni se plantean la pregunta. “Sí, quién sabe qué día vino a regalar dulces a los niños, mis hijos fueron”, y señala a dos niños que juegan en la tierra, ajenos a la conversación. Por supuesto, la lente del reportero confirma que el proyecto social para la niñez no puede solventarse con dulces.