Quizás tendría que agradecer que bajo los golpes furtivos de mi padrastro sonaba siempre música clásica. La mano verduga se enfrentaba al gusto por lo bueno. Y en aquellos contextos duros de la infancia y adolescencia, la voz hoy muerta me sacaba del infierno. Tenia magia y cercanía, y esta mezcla era un bálsamo ante las heridas nauseabundas de un maltratador. Bajo ese cielo gris, aprendí a evadirme a través de las melodías y los valses. Y ellos Barenboim, Zubin Mehta, Karajan fueron los que se metieron en mis entrañas, mis preferidos. Mis salvadores. Cuando los escucho, tiemblo y caigo plácidamente en el olvido. Y ese choque es el que a veces me turba. Tal vez, ya siempre sea así
Fuente: imanolgomez.blogspot.com.es