¿Vacacionar en una favela de Rio?

 
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Un bar de jazz súper de moda, un hotel con vista al Pan de Azúcar y un proyecto artístico que recorre el mundo son algunas de las experiencias en los morros de Río de Janeiro, donde se puede pernoctar sin contrabando de armas ni narcotráfico.

¿Vacacionar en una favela de Rio?

"Una favela siempre será una favela, aunque no haya narcotráfico ni armas". Lo dijo con tono de sentencia definitiva un guía, mientras bajábamos la ladera de Pereirão, una favela limpia. Se refiere a que si bien Pereirão no es más que otro barrio pobre de la ciudad siempre llevará el estigma de ser una favela. Y ese estigma ahuyenta.
En Río de Janeiro hay más de mil favelas donde viven casi dos millones de personas, y si no es por la visita de Madonna o Carla Bruni, la mayoría de las veces aparecen en los medios por muerte, violencia, hambre.
Quizás por eso, esta noche oscura, el taxista sube el morro Tavares Bastos desconfiado, en silencio. En cada curva parece que desistirá, que dirá que hasta ahí llega. Pero Renata Bernardes, la pasajera que está a mi lado, lo anima a continuar. "Es el bar de un inglés, ¿no lo conoce? Se ha puesto de moda, viene mucha gente, ya salió en el periódico la semana pasada, siga, siga", le ordena. Él no responde. Conduce cada vez más lento. Hasta que dice basta.
Él sigue cien metros más y después se detiene por completo, como si el auto se hubiera quedado sin nafta. Bajamos del auto.
Las primeras imágenes que a uno se le aparecen después de la palabra favela son automáticas: crimen, pobreza extrema, narcotráfico, niños en peligro, tiroteos, la película Ciudad de Dios, muerte.
Pero cuando bajo del taxi no veo nada de eso, más bien una escena alegre, bien carioca. El paisaje: bares con sillas afuera, pasillos que ingresan al morro, música funk, revuelo de gente. A lo lejos aparece un hombre con rastas y una remera donde se lee The Maze. Así se llama el bar del inglés. Maze quiere decir laberinto y mientras camino por las ruas angostas y largas de esta favela pienso dos cosas: 1) qué bien puesto está el nombre del bar, 2) no debería haber traído la cámara de fotos. No pasará nada, pero es ese estigma de las favelas.
Finalmente llegamos a The Maze, que se parece a un bar del Soho londinense. Adentro, es un mundo de chicos y chicas lindos. Hay turistas que hablan inglés y francés, parejas mixtas, de brasileñas negras y gringos rubios, cariocas que trabajan en publicidad.
Nadkarni llegó por primera vez a Brasil hace 30 años. Era un productor de cine, harto de su vida en Londres y deprimido por su reciente separación. Se embarcó con destino América del Sur, y una tarde de Carnaval arribó a Salvador, vio a todos vestidos de blanco, bailando, y supo que se quería quedar ahí. No se lo dijo a nadie, pero el barco se fue sin él.
Se quedó un tiempo hasta que le tocó ir a la guerra del Líbano. Cuando llegó, Bob trabajaba como corresponsal para la BBC, descubrió casos de policías corruptos y comenzó una campaña para erradicar el narcotráfico en Tavares Bastos. No fue fácil, pero la cercanía del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE), la policía de élite de Río, lo ayudó.
Hoy, en el morro Tavares Bastos y en la cercana Pereirão, no se trafica droga ni hay armas. Son favelas limpias, que se usan como escenario para novelas, miniseries y películas de Hollywood. Ahí está el bar de jazz del que todos hablan en Río, que también tiene un hotel y un centro cultural, y trabajan alrededor de 30 personas. Una de ellas es el rasta que a las tres de la mañana nos guiará de vuelta por las ruas finitas como un spaghetti, hasta la parada de los taxis que sí se animan a subir.

La posada. Andreia Martins, la dueña de la Pousada Favelinha, está vestida como soldado, pero tiene cuerpo de modelo. Lleva un pantalón camuflado, rizos negros y un suéter de angora suave color café, como su piel. Conversa con un amigo en la cocina mientras un grupo de alemanes termina de desayunar y se prepara para pasear por Río. Ya les explicó cómo moverse en la ciudad y en la favela Pereira da Silva, más conocida como Pereirão, donde está la posada. Cinco años atrás, esta villa fue invadida por la BOPE .
Andreia vivió varios años en Europa y cuando volvió a Brasil quiso tener un emprendimiento propio y construyó una posada en una favela. Muchos trataron de convencerla de lo absurdo del proyecto. Pero ella estaba segura de lo que quería. Hoy existen varias posadas en favelas, incluso en la famosa Rocinha, la más grande del país. Ella asegura que la suya fue la primera que abrió, en 2005. Sus primeros clientes fueron viejos amigos europeos, que no podían creer tener un balcón sobre el Pan de Azúcar, rodeados de plantaciones de bananas en un morro de Río de Janeiro, por menos de 30 euros. El boca a boca hizo el resto. "Y aquí nunca nadie fue asaltado", me recalcó Martins.
La mini favela. Más allá de la posada está Morrinho, un proyecto social, cultural y artístico que comenzó en 1997, cuando unos adolescentes de la favela hicieron una réplica de su villa en miniatura. Como otros niños construyen castillos con Rastis, ellos levantaron una maqueta de su favela con ladrillos ahuecados (tijolos) y pintados. En una ladera, debajo de dos enormes árboles de jaca hay casitas, bares, iglesias, prostíbulos, negocios de venta de joyas, policías, traficantes, galpones llenos de ametralladoras AK 47 del tamaño de un dedo meñique y hasta un mini Cristo Redentor sobre un morrinho (morro pequeño). Todo apiñado, como en una favela de verdad.
La favela en miniatura siguió creciendo y ya no está representada sólo Pereirão, sino muchas de las villas que existen en Río.
Actualmente, la maqueta tiene cerca de 400 metros. Los que empezaron el juego ya cumplieron veintipico y junto al Projeto Morrinho recorrieron varios países, se presentaron en bienales de arte, ganaron premios, obtuvieron créditos y salieron en reportajes en Estados Unidos y Europa. Hasta producen videos animados de los juegos en la minifavela, documentales y una película que se estrenó hace unos meses en Holanda.
La salida del morro no fue peligrosa, pero sí cansadora. Tocó trepar cientos de escalones con calor. Una larga subida hasta llegar arriba, a la superficie, adonde la ciudad sigue latiendo como si las favelas no existieran.

Fuente: www.lugaresdeviaje.com
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