En N.L el periodismo-chantaje, es lo de hoy, es fuente de poder y negocio. La estrategia es sencilla y por sencilla no menos sucia: condiciona el elogio, la crítica o el silencio a los recursos económicos.
A la sombra de una profesión envilecida por el negocio personal se han creado verdaderos “grupos de presión” cuyos instrumentos tienen a menudo métodos gansteriles: el que no paga, se friega. Mejor dicho, al que no paga, se le cae encima.
Esta manera de proceder se parece mucho al chantaje que emplean las bandas delincuenciales sobre los negocios privados: la única garantía de seguridad la da el pago puntual de la cuota de protección. El chantaje, que es armado entre las bandas, se vuelve “informativo” en esta clase de “periodismo.”
El contenido del periodismo-chantaje está determinado por esta sencilla operación: te pego si no me pagas. El periodismo-chantajes es desinformar y destruir honras; desinformar y calumniar.
Los pseudo periodistas, en el ejercicio del periodismo-chantaje, olvidan que la vida privada y la dignidad del hombre no puede ser pisoteada en ningún instante ni el ejercicio del periodismo lo autoriza jamás. El periodista tiene que someterse a respetar el derecho de las personas a la vida privada y a la dignidad humana. Nada, absolutamente nada lo exime de este sometimiento.
Y a la sombra del periodismo-chantaje, está floreciendo el “otro” periodismo que garantiza su supervivencia, más como instrumento de propaganda que de información. Ambos forman una poderosa “mafilia” de poder factico.