La cuna de Poncho es una caja de cartón. En grandes letras puede leerse: “Frágil, tratar con cuidado”. Parece que el pueblo colombiano, ya insensible, se ha olvidado de seguir las instrucciones que aparecen en esa caja de cartón. Carisucio, cacheticolorado y untado mango y yogurt hasta las pantorrillas, Poncho mira el lento y convulsionado girar del mundo. Seguramente sus primeras palabras no serán “papá” o “mamá” si no “Mango fresco, lulo y tomate…”, las palabras que una y mil veces lanzan al viento sus padres tratando de ganarse la vida y vender así su mercancía.
Los ojos saltarines de Poncho reflejan angustia, si bien es cierto que es un niño y “no se da cuenta de nada”, en su alma se deben debatir grandes incógnitas de su existencia:
- ¿Por qué aquel niño va en cochecito de lujo?
- ¿Por qué me miran únicamente para darme de comer algo y a la carrera?
- ¿Por qué no me entienden en mis necesidades básicas y paso todo el día mojado y con mi colita quemada?
El gran drama de Colombia ha sido creer que los niños son unos tontos que se los engaña fácilmente y con cualquier cosa, muy tarde entenderemos que el niño se está llenando de resentimiento y de sed de venganza.
A diario miramos en nuestras calles la presencia de cientos y de miles de “Desquites” que luego empuñarán un arma como única alternativa de vida. No tienen afecto en su alma y buscan con desesperanza la muerte en la guerrilla, el paramilitarismo, el crimen o en el alcohol y las drogas.
¡!Por Dios!!, despertemos de este letargo. Que Poncho tenga una cuna digna, que no miremos más a nuestros niños ser las víctimas silenciosas de nuestra ira y violencia.
Si dejáramos a un lado las camándulas y empuñáramos el arado lo más seguro es que Poncho resucite a la vida. Hagamos cierta aquella frase de Rimbaud que dice que la mano que conduce el arado vale tanto como la que maneja la pluma.
Las manos regordetas de Poncho servirán en un futuro para empuñar el arma o para acariciar el arado. Que la Tierra florezca con la gloria y la sonrisa de sus niños, que todas nuestras virtudes estén cristalizadas en la tranquilidad de nuestra niñez.
Mientras la primera escuela de Poncho sea la calle, mientras su madre tenga que espantar su hambre en la calle, mientras su corazón reciba únicamente los ultrajes de nuestro sistema, Colombia no encontrará la paz, podrá vivirse en opulencia, podrá poseer la mejor tecnología…. Pero mientras Poncho duerma en una caja de cartón, ni usted ni yo podremos vivir o morir en paz.
San Juan de Pasto.
Tiempos de confinamiento.
Crónicas en Coronavirus – 3.