“Quiero vivir sin miedos. Con una santa indiferencia que hoy no tengo. Quiero crecer y ser más tuyo, Jesús, pero no sé bien cómo desprenderme de mis miedos. Por eso te los entrego hoy. Uno por uno. Quiero que me abraces para que se me pase el miedo. Quiero que sostengas mis cobardías. Estoy tan lejos de ser un valiente, un santo que abraza con pasión la cruz de cada día. Te pido, Jesús, que me liberes de mis ataduras. Hazme más tuyo. Haz que pueda amar como Tú amas”.
Sí, a veces le pedimos a Dios que nos quite los miedos. Que nos permita vivir con esa paz que no tenemos. Sin angustias, sin agobios ante la vida.
Todo va demasiado rápido. Tememos perder lo que hoy tenemos. Tememos que la vida se nos complique. Nos asustan la enfermedad y la muerte. Nadie nos ha enseñado a manejar la vida cuando se acerca a su final. Tal vez nadie sepa bien cómo enseñarnos.
Hablamos mucho del cielo. Pero luego pensamos que puede esperar. Y seguimos viviendo.
El otro día leía: “Este es exactamente nuestro problema en la vida: los titubeos, los miedos, las dudas sistemáticas, el temor a vivir. Siempre es más inteligente lanzarse a la aventura”.
Quisiera tener ese valor para no dudar, para no dejar de hacer cosas por miedo.
Fuente: www.aleteia.org