Dejamos de esforzarnos. Porque no le vemos sentido a hacerlo, siempre nos han dicho que hay muchos peces en el mar y no vale la pena sufrir sólo por uno, menos aún cuando ese “pez“ está ahí al alcance de nuestros pulgares, en nuestros teléfonos y tabletas, en las redes sociales y páginas para encontrar pareja, son tantas opciones que ya se hace difícil elegir.
Casi es posible ordenar una persona como ordenamos una iPad de una tienda en linea, con todo y entrega a domicilio. Nos da la impresión que cercanía es enviarse el uno al otro emoticones, y que un mensaje de texto diciendo ”Buenos días" reemplaza un abrazo al despertar. Nos decimos a nosotros mismos que el romance ya está muerto, y es posible que así sea, pero también es posible que lo único que necesitemos sea volver a descubrirlo.
Puede ser que el romance en nuestro tiempo empiece por dejar a un lado el teléfono a la hora de la cena, y mirarnos a la cara. El romance podría estar muy cerca, sólo que no sabemos reconocerlo.
Cuando ya hemos elegido a una pareja nuestra mirada no deja de buscar otras opciones alrededor, porque tenemos la oportunidad de elegir, y es esa oportunidad la que nos anula. Pensamos que entre más oportunidades tengamos es mejor, pero como dice el dicho el que mucho abarca poco aprieta; nunca llegaremos a sentirnos satisfechos, completamente satisfechos. Es que ni siquiera entendemos qué se siente estar satisfechos, no sabemos cómo se ve, y de que se trata en realidad, siempre estamos un poco aquí y allá, porque sabemos que tras la puerta hay muchas más opciones, más y más.
Nos tranquilizamos y nos entretenemos, pero si no tenemos la valentía para ver a la cara a nuestros demonios ¿como vamos a amar a alguien más, si será dos veces más dificil? Nos rendimos y nos vamos. Es posible que ninguna otra generación antes de nosotros haya visto el mundo con tal frivolidad. Podemos abrir el navegador de internet, por coincidencia ver una foto de algún lugar del mundo, luego sacar la tarjeta de crédito de la billetera y reservar un vuelo hacia allá.
Podemos hacerlo, pero no lo hacemos. Se trata de que aunque tengamos la capacidad economica para hacerlo realidad, preferimos quedarnos sentados en casa viendo la vida de los demás en Instagram, misma que podríamos tener (sin importar el lugar). Vemos lugares donde nunca hemos estado, gente a la que no conocemos, nos “bombardeamos” con estímulos sensoriales y luego nos preguntamos sorprendidos ¿por qué somos tan infelices?. Y la respuesta es sencilla: no tenemos ni la menor idea de qué es nuestra vida, pero sí sabemos muy bien qué no es.
Si al fin encontramos a alguien que puede amarnos y a quien podemos amar, nos damos prisa a hacerlo público, le decimos a la gente que ahora tenemos una relación, cambiamos nuestro estatus en Facebook, subimos nuestras fotos a Instagram: ahora no se trata de una persona, sino de “los dos“, y esa pareja debe verse bien, radiante y en armonía. No publicamos cuando nos peleamos hasta las tres de la mañana, ni las fotos de los ojos rojos e hinchados y las sabanas mojadas por las lágrimas.
Tampoco escribimos 140 símbolos en Twitter para comunicarle a todos que hace un momento una conversación puso en vilo el futuro de nuestra relación. No, no compartimos ese tipo de cosas, por que ”son personales“ (¿puede ser que nuestra armonía y felicidad también lo sea?). Si vamos a mostrarnos con nuestra pareja lo hacemos como si se tratase de algo ideal.
Luego vemos a otras parejas “felices e ideales” y nos comparamos con ellos. Nos hemos convertido en la generación de las emociones y de las elecciones, la generación de la comparación, una generación que se mide en la cantidad de ”Me gusta“: el que es bueno, el que es mejor, y el mejor. Nunca antes había existido un canon tan marcado de cómo debería verse ”La mejor vida posible“. Con un par de clics podemos pasar de estar felices a no estarlo, porque siempre habrá alguien mejor. Nunca seremos lo suficientemente buenos porque la vara con la que nos medimos en realidad no existe.
No existe esa vida, ni existen esas relaciones, pero no podemos (ni estamos listos) para entenderlo, y es que claro, la hemos visto con nuestros propios ojos en las notificaciones de Facebook, y la queremos, y sufriremos hasta no obtenerla.
Y terminamos, porque no somos lo suficientemente buenos y porque nuestras relaciones no son como nos las muestra el ideal. Otra vez pasamos páginas, navegamos de perfil en perfil, de nuevo ordenamos a domicilio a otra persona, como si se tratase de una pizza, y todo comienza de nuevo, emoticones, sexo, un mensaje de “buenos días”, una selfie de los dos. Una pareja radiante y feliz.
Nos comparamos, nos comparamos y nos comparamos. Luego, de a poco y sin darnos cuenta nos cubre una ola de insatisfacción, peleas, “hay algo malo en nuestra relación“, ”esto no está funcionando”, “necesito algo más”, y terminamos, otro amor perdido.
Y la próxima vez será lo mismo, otra vez un ”éxito“ pasajero, un intento más de meter la complejidad de una relación en 140 símbolos, en imágenes congeladas y llenas de filtros, en cuatro salidas al cine. Nos preocupamos tanto en dar la impresión de ser felices que acabamos no siéndolo ¿cuál es el ideal y a quién se le ocurrió? No lo sabemos, pero vamos tras de él.
Pero ese ”algo más" tras del que vamos siempre es una mentira. Lo que es natural, y lo que en realidad queremos es charlar un poco, queremos ver la cara de nuestro amado o amada en vivo, y no en una pantalla, queremos que todo ocurra progresivamente, en realidad necesitamos la sencillez, y no necesitamos que nuestra vida se llene de “me gusta”, seguidores, comentarios y votos; lo que sucede es que por el momento no nos hemos dado cuenta que es eso lo que queremos, pero así es.
Queremos una conexión profunda y verdadera, un amor que construya y que no destruya, queremos ir de visita, estar seguros de que hemos vivido nuestra vida y hemos aprovechado lo mejor de ella. Es precísamente eso lo que queremos, aunque aún no lo sepamos.
Por ahora no vivimos, ni amamos.
Fuente: genial.guru