El síndrome del agotamiento femenino

 
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Muchas mujeres se hacen cargo de todo aquello que les toca, que constituyen sus infinitas tareas cotidianas; y también de todo aquello que “les cae” como solucionar emergencias familiares de salud o de relación.

El síndrome del agotamiento femenino

El resultado de tan alta disponibilidad en desmedro de los espacios personales lleva a una variante de la depresión que podría definirse en muy breves palabras: “No puedo más”.

Contar el día de muchas mujeres puede resultar una tarea extenuante; pero para muchas personas más aún: inverosímil.

Por lo general realiza tareas dobles, ya que la que está haciendo es el preludio de alguna otra como preparar la cena dejando organizada la comida del día siguiente para cuando está en su trabajo.

Cada movimiento incluye la previsión de otro: colaborar con la tarea de los niños mientras la lavadora va cumpliendo su programa y ella piensa en las fotocopias que debe sacar para la firma del contrato del día siguiente para el cual ya tiene su ropa preparada. Apunta las medicinas que deberá comprar a su madre y planifica las actividades del día siguiente mientras toma una ducha aprovechando para dejar la bañera limpia y las toallas cambiadas.

Su jornada transcurre siempre entre cuatro o cinco tareas a un tiempo y transmitiendo la sensación de que puede eso y más y esa fuerza se transforma en un desafío personal: creer y mostrar que pueden todo. Como si el hacerse cargo de, absolutamente todo, pesara como una espada de Damocles, como un destino del cual no se pueden apartar hasta ese día en que esa enfermedad, agazapada, emerge como “Síndrome de agotamiento femenino”.

Hacerse cargo de todo, que todo pase por sus manos es, además, y para mayor incidencia en la aceptación de su rol, un mandato social.

La Licenciada Sonia Tessa habla de estas mujeres diciendo que cada una no constituye casos aislados. No es un caso aislado, sino que describe una escena cotidiana para muchas mujeres. Son candidatas a sufrir el “síndrome de agotamiento femenino”, una enfermedad silenciosa, escondida, cuyos síntomas y signos muchas veces se les escapan a las mismas pacientes, acostumbradas a no darles lugar a sus propias necesidades.

No es fácil encontrar mujeres que hablen de su agotamiento. Apenas se plantea el tema muchas advierten: “Es lo que me pasa a mí”, pero a la hora de poner en palabras ese malestar priman los sentimientos de vergüenza. Es que para ellas, el cansancio es algo íntimo.

Quieren demostrarse y demostrar que pueden con todo.

“Me levanto temprano. En épocas de clase, no más allá de las 6. Desayuno, me ducho y despierto a los niños. Cuando ellos se van para el colegio, organizo mi casa y me voy a trabajar”, relata su rutina Gabriela, profesional de treinta y pico, separada y con dos hijos. Su trabajo implica actividades fuera de horario, que resuelve -siempre ella- dejando a los niños con las abuelas, vecinos o amigas. ¿Tu ex marido?, es la pregunta. Y ella sólo responde con un gesto burlón, aunque luego comienza a justificarlo con que “tiene horarios de trabajo muy particulares”

Uno de los modos en los que sus síntomas se van presentando tiene que ver con una modificación en las relaciones que se establecen dentro de la casa; el cansancio, el exceso de obligaciones y responsabilidades provoca que la mujer vaya retirando el afecto de sus vínculos, que se torne un tanto más irritable y que lo único que puede interesarle, al terminar la última tarea de lo que parecen ser jornadas sin fin, sea acostarse y dormir.

Hablamos de una mujer agotada, con un desgaste de energía al servicio del funcionamiento de una familia tan desmesurado que no queda resto para ella misma.

Una persona que queda sin energía para si misma no puede no sólo hacerse cargo de sus necesidades sino que tampoco podrá defender lo propio y hasta no percibir que hay algo que le es propio.

Estas altísimas exigencias son producto de un mandato social, de una necesidad familiar donde nadie más se hace cargo de nada o no hay posibilidad de que alguien colabore en la resolución de las tareas pero también puede ser una imposición personal motivada por una escala de valores determinada que hace que todo deba pasar por su control.

Sea por elección, por sistemas de valores económicos o pautas sociales, la energía se reduce y los mecanismos necesarios para enfrentar otras situaciones se van perdiendo.

Cuando una mujer se siente agotada disminuye sus recursos y los demás no perciben que lo que le pasa es que está exhausta: creen que tiene sueño, que es por el clima o hasta que está con la regla.

Ella, por su parte no termina de captar el nivel de agotamiento y cansancio que constituye la base de esta patología, tan importante, que no tratada puede conducir a despersonalización y depresión.

La Licenciada Sonia Tessa especialista en el tratamiento del Síndrome de agotamiento Femenino, agrega: “Quiere ser competente y competitiva en el trabajo”. No puede permitirse descuidar la casa, porque es su responsabilidad aún cuando tenga quién “la ayude”. Vela por el bienestar de todos los que la rodean.

Los instrumentos que la malabarista mantiene en el aire son sus propias necesidades.

“No sé qué me sucede, no me alcanza la energía”, dice, convencida de que le falta sueño, capacidad personal, organización, vitaminas.

Mientras tanto, sigue la exigencia de demostrar su capacidad laboral, la organización doméstica y el cuidado de toda su familia.”Deja que yo lo hago, total no me cuesta nada”, es una frase que aparece con demasiada facilidad en su boca. Aunque desearía con toda el alma que alguien le diga a ella lo mismo, es incapaz de pedirlo, y si la ayudan, piensa que están poniendo en duda su capacidad.

Entonces, se exige más porque piensa que no está a la altura de las circunstancias, y busca estrategias para subsanarlo. Se siente agotada, harta, desganada y hasta aquellas actividades que antes le proporcionaban placer ahora le resulta una carga. “Tengo que ir al cine con mis amigas”, dice como si fuera una obligación. Y entre las cosas que debe hacer, justo será ésa -la de las amigas, el cine, la caminata, la depilación- la primera que postergue. Está tan cansada que ni siquiera unas buenas vacaciones la recuperan (¡todo el día con los niños!). Sigue pensando en mejorar su rendimiento. Siente que tiene que poder cumplir con las expectativas propias y ajenas, seguir sosteniendo el andamiaje que hace funcionar todo su entorno. Sin quejarse aunque tenga que esforzarse un poco más.”

Una mujer que parece inagotable, que siempre puede algo más, o cree que lo puede, es la mujer en la que el proceso del agotamiento alcanzará niveles tan profundos que la dejará presa de una depresión que le imposibilitará continuar adelante.

Tienen conciencia de que se exceden en su eficacia y que deberían disminuir actividades o delegar responsabilidades en alguien más pero siempre les resulta más sencillo, por lo conocido, renunciar a espacios propios que delegar algo en alguien.

El síndrome recae en la mujer que, por una cuestión de género, es más propensa a ocupar ese lugar.

¿De qué se trata la diferencia con los hombres? De lo natural que resulta para ellos decir que no, aceptar que no pueden ir a la fiesta del colegio de su hijo si están trabajando y no sentirse culpables, o ejercer su deseo de disfrutar de un partido de fútbol con amigos. Para ellos, basta con “ayudar” en las tareas domésticas, y la responsabilidad compartida es -en el mejor de los casos- una consigna que se deja fácilmente de lado por los intereses propios. Agrega la Licenciada Tessa.

Lo que no se puede ver es el exceso. Las mujeres, cuando están agotadas, se reprochan no estar a la altura de las circunstancias, no poder “con todo”. Para prevenirlo, proponen estar atenta a los signos de agotamiento: si aparece el cansancio, la dificultad para relajarse, para darse tiempo para divertirse.

Uno de los síntomas más frecuentes es “desear ayuda, pero no saber cómo pedirla o sentirse incómoda al recibirla”. Otra marca de identidad del agotamiento -y que tiene tanto que ver con los mandatos sociales- es “priorizar las necesidades o el sufrimiento ajeno sobre los propios”. Las mujeres que están agotadas suelen sentirse “insustituibles, considerar que las demandas y las responsabilidades son todas impostergables e indelegables”. También aparecen “la irritabilidad, el aislamiento, la dificultad para relacionarse con los otros”.

También les ocurre a mujeres cuyos hijos ya crecieron, pero que ahora deben hacerse cargo de sus padres, enfermos o ancianos.

“No se trata de resignar lugares como el cuidado de los hijos o la vocación, de lo que se trata es de asignar prioridades y compartir responsabilidades”.

La propuesta es prestar más atención a las propias necesidades, para dejar de correr como una bombera voluntaria ante las demandas de los demás. El objetivo que plantean las profesionales es comenzar un camino que desande el agotamiento para encontrar que se puede vivir sin intentar tapar todos los agujeros. Claro que habrá una renuncia, pero la sensación de agobio, de cansancio infinito, irá cediendo, hasta desaparecer.

Una cosa por vez.

PROPUESTAS

Como en toda situación de malestar, lo primero es reconocer lo que le ocurre.
Dejarse cada día un tiempo para hacer algo placentero personal. Una cosa por día: un baño de inmersión, un encuentro con una amiga fuera de casa, ir a un cine, salir a andar o simplemente echarse en el sofá a leer, ver televisión o mirar por la ventana.
Rever la relación con los demás
Tener una consulta con un especialista para intentar recuperar la autoestima.
Hacer un repaso de la propia historia para verse a una misma y para verse en relación con los modelos que tuvieron.
Delegar en alguien de la familia una tarea, al menos una vez por semana para comenzar.
Dejar una tarea pendiente, aunque sólo sea una vez a la semana.
Invitar a alguien de la familia a completar esa tarea no hecha.
Tomar una asistenta para hacer parte de la tarea propia, por lo menos quincenalmente.

Mariana Fiksler

Psicóloga

Fuente: blog.psicoactiva.com
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