Si quieres que alguien no entre en un sitio, no pongas una señal de prohibido en la puerta, porque la curiosidad le hará llamar; pon una señal de callejón sin salida a 50 metros y se dará media vuelta.
Si hay algo que el hombre no soporta es la sensación de perder el tiempo. Aunque esta idea se maquilla de lógica, lo que en verdad provoca es la pérdida de los puntos más nobles. Los primeros 5 puntos de un examen se consiguen con más facilidad que los 5 últimos. Los 5 últimos requieren… ¡tiempo! Así es el camino a la excelencia.
En el cuadrilátero de la vida se pierden más combates por abandono que por KO. Tenemos un concepto equivocado de lo que significa pelear. Pelear no es usar todos nuestros tanques en un ataque, es aguantar toda la guerra; no es soltar nuestros mejores golpes, es no bajarse del ring; es caer y levantar, caer y levantar. Pensamos que luchar es comenzar con todas nuestras fuerzas: terminamos los estudios, mandamos CV’s a todos lados y creemos que ya lo hemos hecho todo; conocemos a una persona que nos gusta, sacamos nuestras mejores armas unas semanas y si vemos que no lo conseguimos, a por otra. “El mar está lleno de peces”, decimos. Cualquier cosa vale. Es justo ahí donde comienza el conformismo.
La rendición empieza el día que decides que tu sueño puede ser reemplazado. Cuando vas al supermercado es normal que en vez de mantequilla compres margarina, o que en lugar de aceite de oliva elijas el de girasol, ¡es lo que toca en la juventud!, pero, por poco que lleves en los bolsillos, con las ambiciones no se regatea.
Que te rindas cuando tienes 50 años y te has leído los 200 libros más importantes de la literatura y los 200 más importantes de tu campo y no has logrado vivir como escritor, lo entiendo; que lo hagas cuando tienes 20 o 30 años porque no tienes los likes o las visitas que quieres, no lo entiendo. Esto es solo un ejemplo de lo que por mi trabajo veo cada día, pero es ampliable a todos los demás ámbitos.
Vivimos asolados por un enorme déficit de pasión. Las cosas importantes cuestan. Las grandes metas no se logran por caminos de rosas perfumadas, sino de tallos espinados. Hace falta mucho arroz blanco para alcanzar un sueño. Es jodido ver cómo tus amigos se piden unas cañas y tú un vaso de agua, o decir que ya has comido cuando te preguntan si quieres ir a un restaurante, que “todos van”. Pero es también alentador saber que detrás de cada renuncia hay un escalón, y que cada “no” es una moneda que metemos en la hucha de un gran “sí”. Así es el compromiso. Compromiso es ir paso a paso, pase lo que pase y le pese a quien le pese.
El camino de las ambiciones es solitario y a veces descorazonador. Vives en un mundo donde hay gente que lleva haciendo lo mismo que tú mucho más tiempo. En vez de decir “no valgo”, di “aún no lo merezco” y sigue trabajando. Sinceramente, no creo que haya nadie que no pueda acabar tocando una sinfonía de violín. A unos les llevará más tiempo y a otros menos, pero no es un imposible. Tener uno ojo puesto en los demás te resta energía. Los dos ojos tienen que ir a tu objetivo. No tiene sentido culpar a los demás ni depender de su ayuda. Sin embargo, ocurre algo mágico con las personas que no apartan la vista de sus metas: al principio puede que las tomen por locas –siempre se dice eso cuando alguien se adentra en caminos sin huellas–, pero a medida que ven que no se apean, pronto empiezan a seguirlas. En el fondo, la gente no sigue a las personas, sigue sus causas. El convencimiento es uno de los estandartes del liderazgo. Es muy raro ver a un obstinado soñar solo.
Antes de lanzarte, es importante que reconozcas que aparecerán estos momentos difíciles. Medio recorrido es estar dispuesto a equivocarte y tener la humildad suficiente para cambiar de camino sin cambiar de meta. Que tu plan no fuera bueno no quiere decir que tu sueño no fuera válido. “Fracasa mejor”, decía Samuel Beckett; “fracasa diferente”, dice Sergio Fernández. No importa si hoy lo has conseguido, sino cuánto has hecho hoy por conseguirlo. Los que tienen prisa creen que las oportunidades son escasas y sienten que deben aprovechar ahora o nunca, pero el que corre muy rápido se cansa pronto. Todo guiso sale más rico a fuego lento. A veces solo se trata de elegir entre tener una vida burguer o una vida de cuchara.
Lo peor de todo es que no se puede ser determinado en unas cosas y en otras no. La pasión no es un traje que te puedes quitar o poner según te parezca. El que no es capaz de pelear por su sueño y decirle “hasta que no te consiga no paro”, tampoco va a ser capaz de levantar una relación cuando todo parezca perdido o luchar contra una enfermedad a un todo a nada. Cada elección determina nuestro carácter. No te conviertes en alguien cuando tienes éxito, sino durante el esfuerzo. No aprendemos de nuestros errores, aprendemos de nuestros intentos. Esto ocurre por una sencilla razón: porque el único error es no intentarlo. El fracaso no define a las personas. Lo que añade valor a la acción es el intento, la perseverancia y la determinación. Rehuir el desafío es rehuir el desarrollo. Cuando uno no quiere elevar sus capacidades a la altura de sus sueños, reduce sus sueños a la altura de sus capacidades.
La edad no se mide en años, se mide en grados de apasionamiento. Un joven tiene la obligación y la responsabilidad de decirle a los mayores “oye, no, es que cuando tú no estés el mundo va a ser mío, no me digas cómo gobernarlo”. El corazón de un joven tiene que arder cuando ve lo que ama y sublevarse contra las señales que dicen “no se debe”, “no hay salida”, y no entender jamás qué es eso de quedarse de brazos cruzados cuando está delante la chica que le gusta. Un corazón así tiene que ver en una pequeña puerta un arco de triunfo, rebelarse ante quienes le dicen “no puedes” y decirles despacio y bien claro: “el miedo y el fracaso no van a regir mi vida, no necesito el permiso de la posibilidad cuando mi causa es mayor que mi ego”.
La juventud es pasión. Uno decide cuándo deja de ser joven, y un joven no se rinde.
Fuente: www.eluniversodelosencillo.com