Imagina que eres una profesional altamente calificada. Imagina que tienes un trabajo que te apasiona. Imagina que ganas mucho dinero que te permite tener el nivel de vida que soñabas. Imagina que sientes que eres respetada y valorada.
Imagina que tienes independencia económica que repercute en que tus relaciones con el resto de adultos sean sanas y libres. ¿Lo imaginas? Ahora imagina que te conviertes en madre. Imagina que tus expectativas son disfrutar de esas 16 semanas de baja y luego seguir con tu flamante carrera porque puedes permitirte pagar la mejor persona del mundo para que cuide a tu bebé mientras tú no estás.
Imagina que llega ese momento y sientes una mezcla entre alivio y tristeza. Alivio porque la maternidad te resulta más agotadora que tu trabajo de 10 horas entre tiburones empresariales y económicos, y tristeza porque en el fondo no quieres dejar a tu bebé con nadie. Imagina que estás en tu despacho y sientes que eso no es lo que quieres hacer.
Imagina que decides renunciar a tu trabajo, a tu estatus, a tu independencia, por ejercer de madre del modo que tú libremente escoges.
Imagina que pasan los días y las semanas y los meses, quizás los años y te sientes feliz de hacerte presente en la crianza de tus hijos, feliz de saber que estás invirtiendo en algo que nadie más puede darles, feliz porque tu cabeza acostumbrada a analizarlo todo fría y objetivamente te dice que tú eres indispensable para tus hijos en esta etapa de su desarrollo.
Imagina que a pesar de eso, otra parte de ti se siente cansada, exhausta, molesta y susceptible porque tu parte emocional no se contenta con saber “los beneficios de criar a los hijos”.
Imagina que llevas años sin dormir seguido, sin mantener una conversación adulta sin interrupciones de “teta”, “pis”, “cógeme”, “no quiero”, “quiero”….
Imagina que ahora tu economía no depende de ti, sino de tu pareja, o de tus padres, o de un sistema público. Imagina que te das cuenta que a tu alrededor nadie valora lo que haces, que se da por sentado que es tu obligación y punto. Imagina que te gustaría que el padre de tus hijos se implicara en su crianza y lo que recibes al hablar del tema es un : “yo me paso el día trabajando para que tú puedas quedarte en casa a jugar a las muñecas”.
Imagina que te critican por anti feminista, por “floja”, por “señorona”, por “hippie”, por fundamentalista…. Te critican por una cosa y por la contraria, porque al parecer decidir ejercer de madres no está bien visto en ningún sector de los que antes frecuentabas: ni en los negocios, ni en la política, ni en la sociedad, ni en tu familia… ¿Lo imaginas?
Ahora imagina que en ese caos emocional, físico, anímico y social, recibes una propuesta de trabajo. Imagina que un headhunter ha visto tu perfil profesional y te ofrece un trabajo mucho mejor que el anterior que dejaste.
Imagina que al oír la cifra de lo que vas a cobrar no puedes evitar pensar que llevas meses vistiendo ropa comprada en grandes almacenes, comprando marcas blancas en el super, y que lo más parecido a cenar fuera es ir a un restaurante de comida rápida con los niños.
Imagina que sueñas con esa posibilidad de recuperar tu vida, tu autonomía, tu libertad, tu independencia, tu estatus, tu reconocimiento, tu “voz” que se ha diluido entre los llantos y demandas de los pequeños.
Imagina que lo piensas y decides que todavía no es el momento, que tus hijos son pequeños aún. ¿Puedes imaginar los sentimientos encontrados ? ¿Puedes imaginar el sentimiento de culpa que esto genera? Culpa por desear decir que sí a esa oferta Culpa por sentirse triste al decir que no Culpa porque este suceso te revuelve y te enfada y te frustra y lo has pagado pegando 4 gritos a tus hijos, lo que te hace creer que eres un fracaso de madre o un fraude a la crianza que quieres. Culpa porque al fin y al cabo es lo único que hemos aprendido como mujeres: a sentirnos culpables de todo, por todo, y por todos.
Llevamos la carga más pesada de la sociedad, la que nadie reconoce, ni valora, ni remunera. En época de campañas electorales nos frustra ver cómo nadie está interesado en nuestra situación. Hartas de ver que la única opción que se nos plantea es tener guarderías desde el nacimiento, o que el padre coja la mitad del permiso de maternidad.
Las madres estamos constantemente renunciando: TODAS. Unas renuncian a su vida y otras a sus hijos. Algunas intentan compaginarlo todo y renuncian a tener tiempo para ellas, o a tener tiempo de intimidad con su pareja,o con sus amigas, o a invertir en su salud haciendo deporte… qué sé yo. Lo cierto es que cualquier madre que conozcas lo es a costa de renunciar.
La próxima vez que te encuentres con una madre por favor no la critiques. No le digas lo que tiene que hacer o cómo. No la ignores solo porque sabes que no va a poder ir a tu fiesta nocturna, invítala igual. No caigas en obviedades y frases hechas. Sencillamente, dile: “Eres muy valiente, lo estás haciendo muy bien y te admiro”
PD: Dedicado a todas las preciosas madres que han decidido vivir intensamente este largo, precioso y a veces duro y solitario viaje que es el de criar hijos. He aprendido tanto de ti, de ustedes, que solo puedo decirles GRACIAS.
Fuente: www.mamasguerreras.com