El momento de nuestras vidas en que más somos susceptibles a generar algún cambio en el amor propio. Por lo general es a corta edad: la niñez y adolescencia son etapas donde obtenemos conocimientos por primera vez, tanto del entorno como de nuestro propio comportamiento, por lo tanto, las experiencias cruciales que ayudan a formar las creencias sobre nosotros mismos tienen lugar, con mayor frecuencia, en estas etapas.
De esta manera, las creencias sobre nosotros mismos son declaraciones de hecho, opiniones fundamentadas en experiencias de vida y en los mensajes obtenidos de cada una de ellas.
Cuando las experiencias han sido negativas, las creencias acerca de lo que somos tienden a ser negativas. Del mismo modo ocurre con las vivencias positivas, como si fuera una «ley» de la vida. De acuerdo con esto, podemos establecer una serie de causas que generan baja autoestima.
Entonces, lo que vimos, oímos y experimentamos en la infancia (por lo menos en su gran mayoría), ya sea en la familia, en la comunidad o en la escuela, ha influido en la percepción de nosotros mismos. Los ejemplos de las primeras influencias directas sobre nuestro autoconcepto incluyen:
Castigo sistemático, negligencia o abuso.
Estar en el extremo receptor de la tensión o angustia de otras personas.
Pertenecer a un grupo familiar o social al que otras personas tienen prejuicios.
Ausencia de halagos, calor, afecto o interés.
Esto no quiere decir que se excluyan experiencias posteriores de la vida, como el acoso laboral, la intimidación, las relaciones abusivas, el estrés persistente o eventos traumáticos vividos en la adultez, pues, como seres humanos, estamos constantemente susceptibles a experimentar situaciones que influyen en las creencias negativas que moldean el autoconcepto.
¿Qué es la «línea de base»?
Mientras crecemos, tomamos las voces de personas que fueron significativas para nosotros. Podemos criticarnos usando el mismo tono y las mismas comparaciones que ellas usaban. Nuestras experiencias crean una base donde se establecen las conclusiones generales acerca de nosotros mismos. Podemos llamarla línea de base: la visión negativa de nosotros mismos y que, en definitiva, es el corazón de la baja autoestima.
Precisamente, por formarse a menudo en la infancia, la línea de base es sesgada e inexacta porque se basa en una vista del niño o del joven inexperto. Es probable que se forme sobre la base de malentendidos acerca de experiencias, pues no había conocimiento adulto con el cual entender correctamente los acontecimientos. Pese a que estas creencias pueden ser inútiles u obsoletas, vienen de una época donde tuvieron mucho sentido, según el contexto de aquel entonces.
Pensamiento transversal o sesgado
Cuando la línea de base ha tomado su lugar, se hace cada vez más difícil ponerla en duda, debido a su tendencia a mantener y reforzar el pensamiento sesgado. En otras palabras, le da peso a todo lo coherente con ella y descarta todo aquello que no lo es.
Hay dos sesgos de pensamiento que contribuyen a una baja autoestima: Percepción e interpretación sesgada. Estos conceptos facilitan la detección de cualquier elemento que encaje con ideas negativas sobre uno mismo y ayudan a eliminar cualquier contradicción. Así te centras en tus malas acciones e ignoras lo que haces bien.
La interpretación sesgada significa que hay distorsión en el significado que conecta con una experiencia, incluso si esta es positiva. Por esta razón, si alguien te hace un cumplido, te felicita por tu apariencia o simplemente resalta lo bien que te ves, podrías tener pensamientos como: «¿está diciendo que antes no era atractiva/o?», «lo dice sólo para parecer amable» o «¡mentira! le dice lo mismo a todo el mundo».
El paso más importante para solucionar este tipo de situaciones con éxito es conocer la raíz del problema, enfocarte en ella. Si no lo haces, estarías andando a la deriva en un inmenso mar de posibilidades: puede que encuentres la solución, pero tardarás demasiado tiempo en hacerlo si no sabes en dónde se ubica el inconveniente.
Así, pues, línea base y pensamiento sesgado, conformarían los simientos de una autoestima fortalecida desde su expresión primaria: la infancia. No significa que sea imposible formar un autoconcepto fuerte en edades más avanzadas de la vida, pero es mucho más sencillo si se ataca desde la niñez.
Los padres, familiares y personas cercanas a los niños, tienen la responsabilidad de ofrecerles una infancia feliz, llena de afecto y palabras positivas para que fortalezcan su autoestima y crezcan con un pensamiento fuerte, seguro y asertivo.
Fuente: www.elartedesabervivir.com