La pesadilla que viven quienes son capturados por el régimen de Nicolás Maduro

 
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Cientos de jóvenes y líderes políticos han sido apresados, golpeados y amenazados durante la ola de protestas que ya cumple más de 100 días en Venezuela. La siguiente crónica relata el infierno que vivió un periodista venezolano capturado por la policía de ese país en una protesta.

La pesadilla que viven quienes son capturados por el régimen de Nicolás Maduro

Un contingente motorizado de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) se acerca a Héctor Luis Caldera cuando envía un mensaje por su teléfono. Es jueves 20 de julio. El hombre de 36 años está en la avenida principal de Los Chorros, al noreste de Caracas. Los uniformados apuntan con armas largas. Héctor levanta las manos: una sostiene el carné de prensa. La otra el celular de trabajo.

“¡Héctor, vente! ¡Corre, que nos van a agarrar!”, grita su compañero de pauta, un motorizado. Tiene la instrucción de huir en caso de un ataque de policías o militares. Héctor corre y se acomoda en la parte trasera de la motocicleta. Transitan unas cinco cuadras por esa misma vía. Van rápido. Se acercan a una zona residencial de casas de dos plantas. El motorizado acelera. La policía los persigue. Héctor vislumbra un obstáculo en la vía. “¡Frena, frena, hay una cadena!”.

Se detienen. Héctor se baja. Levanta la cuerda de metal oxidada. El motorizado pasa por debajo y continúa. Al reportero no le da tiempo de subirse. Los policías lo alcanzan. Levanta las manos y se identifica: “¡Soy periodista, soy periodista!”. Los vecinos salen a los balcones. “¡Corre, hijo, corre!”, “¡Métete en la próxima cuadra!”, “¡No le hagan nada!”, “¡Métete en una casa!”.

Héctor camina hacia los policías con las manos arriba. No para de gritar que es periodista. Los nervios le impiden contar cuántos uniformados hay. Varios PNB lo acorralan en un callejón contiguo, mientras piden refuerzos. Lo rodean. Lo golpean.

—Tú no eres periodista un coño. ¿Para quién trabajas?

—Para un medio independiente, trabajo para muchos medios.

El portacarné que cuelga de su cuello tiene dos credenciales. La primera es de la Universidad Simón Bolívar (USB), donde estudia un posgrado en Ciencias Políticas.

—¿Vieron? ¡Qué periodista va a estar siendo éste!

Héctor no lleva chaleco antibalas ni máscara antigás. Los PNB voltean la acreditación y encuentran la segunda, donde comprueban para quién trabaja. Lo golpean en la cara varias veces. Ríen a carcajadas.

—Este es de Prensa Unidad. Ya tenemos a uno. Te vamos a sembrar. Te vamos a violar. ¡Ya vas a saber qué es lo que eres tú!

Héctor no puede continuar su trabajo. Reportaba a través de fotos y videos cómo se desarrollaba la actividad comercial y de transporte durante el paro nacional de 24 horas convocado por la oposición en los cinco municipios de la capital venezolana.

Los policías hablan entre ellos. Desprenden las identificaciones de la cuerda y la usan para amarrar las manos de Héctor hacia atrás. Meten los dos carnés dentro de un koala que el periodista lleva colgado de su pecho, donde también está su móvil personal, un cargador portátil y dinero en efectivo. No paran de decir que lo van a “sembrar”, que lo van a joder. Le exigen que se monte en una moto de la PNB. Él no opone resistencia. Lo llevan hasta las inmediaciones de Venezolana de Televisión (VTV), donde trabajadores de la planta vociferan su lealtad al gobierno de Nicolás Maduro.

Al llegar al canal del Estado, Héctor baja la cara, teme aparecer en las fotos que toman los vecinos y que sus padres lo identifiquen en las redes sociales. No quiere preocuparlos. Desde los edificios circundantes la gente grita que lo dejen ir. Dentro de VTV, hombres y mujeres piden a la PNB que se los entreguen.

Un guardia nacional se acerca a Héctor. Exige a unos PNB que le tapen la cara. Intentan hacerlo pero la camisa de botones que viste el periodista dificulta la orden. Lo escoltan hasta la calle B de Los Ruices, diagonal a VTV. Lo sigue un tumulto de funcionarios y civiles enardecidos. Desde los edificios lanzan botellas y los guardias disparan gases lacrimógenos. Héctor está asfixiado.

—¿De dónde eres?

—Trabajo para prensa.

—¿Pero para qué prensa trabajas tú?

—Soy periodista de la MUD. Trabajo para Prensa Unidad.

El GNB lo abofetea y cae al asfalto. Le exige que se arrodille y pegue la frente del piso. Lo deja un rato en esa posición. Después lo regresa al frente de VTV. Héctor ya no grita. Ve a tres periodistas del canal del Estado. Lo graban. Se reconocen mutuamente.

La reportera independiente Adriana Núñez identifica a Héctor y tuitea:

"GN y PNB se llevan detenido a periodista @hectorcaldera frente a VTV. Le gritan que es terrorista. Está golpeado"

La GNB traslada a Héctor hasta la sede del Gran Abasto Bicentenario en Plaza Venezuela. Llora los ocho kilómetros de la autopista Francisco Fajardo que recorre sentado en la moto entre los dos guardias. El estacionamiento del supermercado funciona como un punto de control de la GNB. El conductor choca varias veces su casco contra la cabeza de Héctor. Policías que circulan en otras motos golpean sus piernas con la culata de las escopetas para que no se apoye en los posapié de la moto.

Al entrar en el estacionamiento del abasto, Héctor se entera de que lo esperan. “¿Dónde está el periodista? ¿Cuál es el periodista?”, escucha. Varios policías gritan. Cuando lo identifican, lo golpean en el pómulo izquierdo. Es el impacto más fuerte que recibe ese día. Cae al piso aturdido y comienzan a patearlo. Los guardias le preguntan para quién trabaja.

Héctor no responde. Abraza el koala donde están sus identificaciones. Le rompen la camisa y lo llevan hasta un rincón donde hay otros diez detenidos. Huele a orina. Una voz frena la cayapa. Un militar irrumpe en la escena. Le llaman “general”. “¿Dónde está el periodista? ¿Qué hace el periodista allí tirado? ¡Párenlo del suelo!”

Le desatan las manos. El general pide que traigan hielo. Héctor toma los cubos y se los mete a la boca para calmar la sed. El militar le aclara en un grito: “El hielo no es para la boca, es para el golpe que tienes en la cara”.

Tres guardias lo llevan hasta un tráiler con aire acondicionado. “Métete allí para que te refresques”. El general ordena que le lleven agua y una bebida saborizada. Héctor piensa que ahora van a exhibirlo, pero el general le dice: “Te vamos a liberar porque nos mandó el ministro Villegas”, en alusión al ministro de Comunicación e Información.

Héctor guarda silencio. El general sale del tráiler. Los otros militares aprovechan y le comentan: “Ustedes como periodistas tienen que entender que a veces muestran una realidad que nos ofende. Una cosa que no somos”.

El general regresa, ordena que le tomen una foto con Héctor y luego recibe una llamada. Manda a que graben un video. El periodista lo ve a la cara durante la filmación. El uniformado dice en su discurso que no quieren la guerra, que trabajan para mantener la paz y que están soltando a Héctor por órdenes del ministro Néstor Reverol (Interior, Justicia y Paz).

“¿Por qué dicen primero que me liberan gracias a Villegas y ahora que es por Reverol?”. Héctor no entiende. Interviene durante la grabación para explicar qué estaba haciendo cuando lo detuvieron. Después de contar su versión, el general ordena apagar la cámara. No publican la foto ni el video.

El general le pregunta a Héctor dónde vive e insinúa que uno de los militares lo lleve. Prefiere caminar. Lo liberan.

Sale del estacionamiento como un comprador más. La gente lo ve con extrañeza. Tiene el pómulo y el párpado izquierdo hinchados. La camisa rota. Detiene a un motorizado para que lo saque de ahí. Justo antes descubre que en su koala ya no está su móvil personal, ni el cargador portátil, ni el dinero en efectivo.

Autor: Yorman Guerrero

Fuente: prodavinci.com
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