En la mayoría de los casos, ganar peso suele ser resultado de una mala dieta acompañada de insuficiente actividad física, de forma que terminamos ingiriendo más calorías de las que quemamos.
Sin embargo, hay otros factores que pueden contribuir a favorecer ese desequilibrio, ya sea alterando nuestro apetito, favoreciendo la acumulación de grasas por parte de nuestro cuerpo o dificultando que quememos calorías. Estos son algunos de esos factores que tienen algún impacto sobre nuestro peso.
1. El polvo de tu casa
Los disruptores endocrinos son compuestos químicos sintéticos o naturales que se encuentran de forma habitual a nuestro alrededor, en el polvo de nuestras casas o en productos que usamos normalmente, de higiene personal o para limpiar nuestras casas.
Se llaman así porque interfieren o imitan a las hormonas de nuestro cuerpo con potenciales efectos sobre sus funciones reproductiva, neurológica o inmune, pero también algunos estudios también sugieren que una exposición temprana a algunos de estos compuestos puede resultar en un aumento excesivo de peso más adelante. Algunos reciben el nombre de obesógenos.
Para determinar sus efectos concretos, investigadores de la Asociación Américana de Química recolectaron polvo de varias casas y lo aplicaron a células adiposas de ratón en el laboratorio, y observaron que la mayoría de las muestras causaban que esas células evolucionasen acumulando triglicéridos, un tipo de grasa.
Los investigadores concluyeron que la mezcla de productos químicos en el polvo casero puede estar favoreciendo la acumulación de triglicéridos y células grasas, y que la exposición a esos compuestos puede ser susceptible de alterar la salud metabólica, sobre todo en los niños.
2. El alcohol que bebes
Los estudios que tratan de determinar si el alcohol nos hace engordar o adelgazar no han sacado hasta la fecha conclusiones unánimes. En 2015 una revisión de varios de esos estudios trató de extraer algunas líneas comunes de todos ellos.
Fueron las siguientes: un consumo de ligero a moderado de alcohol (dos bebidas al día en hombres, una en mujeres) no parecía estar asociado a mayor riesgo de obesidad, pero que un consumo agudo (cinco bebidas o más en una misma ocasión) o alto (más de cuatro bebidas diarias en hombres, y más de tres en mujeres) sí conllevaba un mayor riesgo de ganancia de peso.
Quizá la capacidad de engordarnos del alcohol no esté del todo clara, puesto que cada bebida y cada forma de consumo es distinta. Pero en lo que sí coinciden los expertos en que el riesgo no está solo en el alcohol en sí mismo: beber alcohol estimula el apetito y favorece la pérdida de control, por lo que no es raro terminar comiendo más de lo conveniente o alimentos poco sanos y altos en calorías.
Además, en muchos casos las bebidas alcohólicas se acompañan con sodas azúcaradas, jarabes dulces y otros complementos que sí son inequívocamente engordantes.
En cualquier caso, el alcohol, incluso en dosis pequeñas o moderadas, es un elemento tóxico para el cuerpo humano en el que los efectos negativos van mucho más allá de lo que tiene que ver con nuestro peso: daña las neuronas, el hígado y el estómago, puede producir adicción y problemas psicológicos, así como pérdida de masa ósea y pérdida de reflejos, lo que puede producir accidentes.
3. Algunas enfermedades genéticas
Algunas patologías genéticas aumentan el riesgo de padecer sobrepeso y obesidad.
Una de ellas es el síndrome de Prader-Willi, un complejo síndrome genético que afecta a muchas partes del cuerpo. Al comenzar la infancia, las personas afectadas desarrollan un apetito insaciable, lo que lleva a una sobrealimentación crónica y obesidad, así como un alto riesgo de obesidad.
El síndrome de Bardet-Biedl es otra patología genética cuyas características incluyen a menudo la obesidad, que comienza normalmente durante la infancia y se mantiene durante toda la vida, aumentando a su vez el riesgo de padecer diabetes, hipertensión y unos niveles anormalmente altos de colesterol.
El síndrome de Alström y el síndrome de Cohen son otras dos enfermedades genéticas con un alto riesgo de desarrollar obesidad.
4. El hipotiroidismo
Las personas con hipotiroidismo producen bajos niveles de la hormona tiroidea, implicada en el metabolismo, lo que produce que este se ralentice y la persona aumente de peso, incluso aunque reduzca la cantidad de calorías que consume.
Además, estas personas tienen una temperatura corporal más baja y son menos eficientes utilizando la grasa almacenada para convertirla en energía.
5. El síndrome de Cushing
Las personas que padecen síndrome de Cushing presentan altos niveles de glucocorticoides en su sangre, como el cortisol. Los altos niveles de cortisol hacen sentir a nuestro cuerpo que se encuentra bajo un estrés crónico. Como resultado, aumenta el apetito y el cuerpo acumula más grasa, subiendo de peso.
6. Dejar de fumar
Es uno de los motivos por los que muchos fumadores se resisten a dejarlo: la mayoría de los que lo consiguen, lo hacen echándose unos cuantos kilos encima.
Un estudio llevado a cabo por científicos españoles explicaba al menos una de las causas de que esto ocurra. Según sus conclusiones, la nicotina actúa sobre una enzima llamada AMPK, inactivándola en determinadas regiones del cerebro. Cuando esto ocurre, se come menos y se gasta más energía. Cuando esa acción desaparece, se aumenta el apetito y se quema menos grasa.
Sin embargo, ningún efecto secundario de dejar de fumar será más negativo para nuestro cuerpo que el propio tabaco. Busca la ayuda de profesionales para dejar este nocivo hábito sin padecer esos efectos secundarios.
7. Algunos medicamentos
Algunos medicamentos tienen como efectos secundario favorecer que el paciente gane más peso de lo deseado. Ocurre por ejemplo con tratamientos para la diabetes o con medicamentos psiquiátricos utilizados para tratar la esquizofrenia y con algunos antidepresivos.
Esto supone un doble problema: por un lado, el sobrepeso en sí mismo como factor de riesgo para la salud; por otro, la dificultad añadida para que el paciente cumpla con su tratamiento cuando sus efectos pueden suponer un golpe para su autoestima.
8. Algunos tipos de cáncer
Algunos pacientes de cáncer sufren una drástica pérdida de peso durante su enfermedad, mientras que otros cogen peso sin pretenderlo. Dependiendo de cuánto suponga ese aumento de peso, puede ser algo sin importancia o un problema para determinados tratamientos y su recuperación.
Las causas concretas pueden ser varias. Por un lado, la quimioterapia provoca en algunos pacientes retención de líquidos, reduce la actividad física por fatiga, puede ralentizar el metabolismo y disparar el apetito. Por otro, a algunos pacientes se les recetan esteroides como parte del tratamiento, y estos pueden también aumentar el apetito.
Por último, los tratamientos hormonales que se aplican a algunos tipos de cáncer (de mama, de útero, de próstata y de testículos) incluyen medicamentos que reducen la cantidad de estrógenos o progesterona en mujeres y de testosterona en hombres. Esto puede aumentar la cantidad de grasa, reducir el músculo y ralentizar el metabolismo del paciente.
9. La falta de sueño
Dormir poco no solo afecta a nuestro cerebro, también al resto de nuestro cuerpo, y varios estudios sugieren que una de las consecuencias puede ser un aumento de peso.
Uno de ellos analizó a treinta hombres y mujeres de entre 30 y 49 años y con un índice de masa corporal normal y durante varias semanas estudiaron su comportamiento haciéndoles dormir unos días entre 8 y 9 horas, y otros entre 4 y 5 horas. Su conclusión fue que las personas que duermen poco y las que duermen lo recomendable queman las mismas calorías al día, pero las primeras ingieren de media 300 calorías diarias más que las segundas.
Otra causa es que cuando dormimos poco, nuestro cuerpo se acomoda para ahorrar energía, liberando cortisol, una hormona que estimula el apetito, y reduciendo la cantidad de leptina, otra hormona que nos ayuda a sentir el estómago saciado.
10. El estrés
Hay varios mecanismos por los que el estrés puede contribuir a que ganemos peso sin quererlo. Uno de ellos es a través del mencionado cortisol, una hormona que dispara el apetito y cuyos niveles en nuestro cuerpo aumentan cuando padecemos estrés.
Otra es su influencia sobre nuestros hábitos alimenticios. Algunos estudios sugieren que el estrés es un factor de riesgo en el desarrollo de comportamientos adictivos como puede ser comer compulsivamente alimentos ricos en grasas o azúcares.
11. La temperatura de tu habitación
¿Podría ser que pasar más tiempo en una situación térmica cálida, en vez de exponernos a las variaciones estacionales, esté aumentando los ratios de sobrepeso y obesidad en los países desarrollados?
Se lo preguntaba este estudio, que analizaba la evidencia de una relación entre ambos hechos. Según sus conclusiones, el tiempo que pasamos en condiciones térmicas confortables para nuestro cuerpo podría tener un efecto en la forma en que consumimos energía, reduciendo nuestra necesidad de generar calor y nuestra capacidad a largo plazo para hacerlo.
No se trata de soportar temperaturas gélidas, indican los científicos, sino de considerar la posibilidad de que temperaturas demasiado altas en el interior de nuestras casas todo el año estén haciendo a nuestros cuerpos perder la capacidad de mantener su temperatura quemando calorías.
Fuente: m.vitonica.com