Todo empezó una tarde de 2011, cuando un hipervínculo me llevó a otro, y de pronto, ante mis ojos, un artículo acerca de esta ciudad, con una foto que me dejó hechizada. Una fortaleza rodeada por altas torres, que parecía haber salido de un cuento de caballeros y armaduras.
Cuando leí las primeras líneas supe que allí quería estar. El famoso escritor Richard Halliburton describía en 1921 su visita a Carcassonne, Francia. En ese instante entró mi esposo a mi oficina, y sólo pude atinar a señalar la pantalla de la computadora y decir: "Allí quiero que me lleves".
Y en alguna instancia superamos las expectativas del mismo Hurlington. Salimos tempranísimo de Montpellier y desde allí tomamos el tren que nos dejó en la antigua pero impecable estación. A los pocos minutos, en taxi, presenciamos una de las vistas más hermosas, las murallas de la Cité. Todavía recuerdo la emoción que sentí al verla. Entrar a través del enorme y antiguo puente de la Puerta Narbonesa fue penetrar en la historia. Veinte siglos aparecieron delante nuestro. De pronto, todos los relatos de caballeros, lanceros, torres, princesas, tomaban cuerpo.
Llegamos al hotel, que fue construido sobre la base de tres casas medievales. Fue estupendo alojarnos dentro de la ciudad amurallada. Dejamos los bártulos y salimos a recorrer las callejuelas en la mañana fría y soleada de invierno. Teníamos nuestro mapa y nuestro recorrido preparado. Era evidente que los turistas llegan allí de a montones en verano. Por ello, no todas las pequeñas tiendas con sus carteles al mejor estilo medieval estaban abiertas. Visitamos el castillo construido en el año 1130 por la familia Trencavel. El enorme foso que rodea el castillo nos permitía imaginar que era muy difícil la llegada del enemigo. Nos alquilamos una audioguía y lo transitamos en su totalidad.
Luego caminamos por las callecitas de adoquines antiquísimos y descubrimos un hermoso botellón de cristal en la vidriera de un anticuario. Estaba cerrado y nos propusimos regresar más tarde para averiguar por la hermosa pieza. Recorrimos luego todo el perímetro de la Cité, admirando sus murallas y recovecos, que parecían no tener fin. Almorzamos tarde y bajamos a la ciudad nueva? ¡que tiene más de 700 años! Cruzamos el puente del río Aude, que divide ambas ciudades. Nos encontramos con una ciudad pequeña, antigua y moderna a la vez. Observamos a sus habitantes, visitamos negocios de cadenas conocidas, compramos en un modernísimo supermercado y volvimos a nuestro sueño medieval.
A la noche, cuando la ciudadela dormía, salimos a recorrer sus callejuelas, esta vez oscuras. Lloviznaba y eso daba un toque de misterio a la caminata. Oíamos nuestros propios pasos, nuestra conversación retumbaba entre los estrechos muros. Llegamos al puente y por un momento sentimos que podíamos ver a lo lejos, las legiones de cruzados avanzando hacia la ciudad.
A la mañana siguiente volvimos a la tienda de antigüedades. Allí nos atendió una refinada mujer, ya anciana. Cuando le preguntamos por el hermoso botellón, su rostro se iluminó: había pertenecido a Napoleón. Lo admiramos y lo dejamos allí: no pudimos comprarlo, pero al menos escuchamos su historia. Pasamos otro día maravilloso recorriendo los alrededores y armando historias inspiradas en vistas antiguas y misteriosas. Cuando el taxi vino por nosotros, antes del amanecer, prometimos a esas murallas alguna vez volver.
puente y por un momento sentimos que podíamos ver a lo lejos, las legiones de cruzados avanzando hacia la ciudad.
A la mañana siguiente volvimos a la tienda de antigüedades. Allí nos atendió una refinada mujer, ya anciana. Cuando le preguntamos por el hermoso botellón, su rostro se iluminó: había pertenecido a Napoleón. Lo admiramos y lo dejamos allí: no pudimos comprarlo, pero al menos escuchamos su historia. Pasamos otro día maravilloso recorriendo los alrededores y armando historias inspiradas en vistas antiguas y misteriosas. Cuando el taxi vino por nosotros, antes del amanecer, prometimos a esas murallas alguna vez volver.
Miriam Kapeluschnik
Fuente: www.lanacion.com.ar