(Desde abajo) No se sabía lo que había en la bolsita. Era un polvo cristalizado confiscado, agrupado en lo que parecían ser diminutos cubitos de hielo a medio derretir.
Emily Dye, una química de 27 años en el Laboratorio de Sustancias Especiales de la Agencia Estadounidense Antidrogas, no sabía si alguien había perdido la vida ingiriendo ese polvo, ni cuánto sería suficiente para matar a una persona.
Lo que sí sabía es esto: cada dos semanas estaba llegando una droga distinta al laboratorio, algo jamás visto en este gran edificio en Sterling, Virginia. Al analizarlas, se veía que eran opioides sintéticos fabricados para emular al fentanilo, un potente analgésico con 50 veces la fuerza de la heroína.
Este paquete, sospechó Dye, es probablemente una de esas nuevas drogas.
La proliferación de nuevas generaciones de opioides sintéticos ha sido tan feroz que la DEA las considera ahora una categoría distinta de droga, que está provocando la más mortífera crisis de adicción en la historia de Estados Unidos.
Los estupefacientes están llegando principalmente de China, dicen autoridades de Estados Unidos, aunque Pekín dice que no hay prueba de ello. Las leyes no se están aprobando lo suficientemente rápido para alcanzar la creación de nuevas sustancias. Tan pronto una sustancia queda prohibida, las mafias inventan una distinta que sí es técnicamente legal y la empiezan a vender por internet, a los hogares estadounidenses.
Actualmente mueren más estadounidenses por sobredosis de drogas que por accidentes viales. Casi las dos terceras partes –más de 33,000 sólo en el 2015– habían ingerido algún tipo de opioide, ya sea heroína, analgésicos recetados o, lo más reciente, sustancias sintéticas como la U-47700 y la furanyl fentanilo, elaboradas por químicos astutos capaces de mantenerse dentro de la ley.
Hoy en día son químicos forenses como Dye los que están en el frente de batalla en la guerra contra las drogas, descifrando los andamios moleculares de cada sustancia a fin de darle un nombre, rastrearla y regularla.
Con las manos enguantadas, Dye sostuvo recientemente la bolsita con el polvo misterioso.
“Ahora me toca descubrir qué es esto exactamente”, comentó.
Dye tenía una idea sobre cómo empezar. La bolsita había llegado con una nota diciendo que probablemente se trataba de fentanilo. La experta en química alzó un tubo de ensayo con 2 miligramos de fentanilo que tenía en el laboratorio. Parecía estar vacío, pero si se mira con detenimiento se veían unas diminutas partículas de polvo blanco. Esas diminutas partículas son capaces de matar al 99 por ciento de quienes las ingieran.
Fue hace tres años la primera vez que Dye trabajó con fentanilo. Si lo aspiraba o lo tocaba, podría morir. Era en ese entonces algo sumamente aterrador, y lo sigue siendo.
“No hay nada más espeluznante que manejar una dosis letal de una sustancia”, comentó la científica, oriunda de Bluefield, Virginia.
Dye tenía todo el equipo protector necesario: anteojos de seguridad, bata de laboratorio cerrada, guantes de goma desechables, máscara para respirar. Siempre tiene cerca una inyección de naloxona, un antídoto para casos de sobredosis. Y en casos como éste, nunca trabaja sola.
El Laboratorio de Pruebas Especiales es uno de ocho laboratorios forenses administrados por la DEA. Tienen un diseño práctico y un ambiente académico. A lo largo de sus amplios pasillos, los salones están poblados con máquinas de alta tecnología de las que salen cables y tubos, y lavaderos llenos de frascos secándose. Por doquier se ven letreros con la frase “La seguridad es la prioridad”. Reina un gran silencio.
Allí trabajan 40 químicos. Su trabajo es identificar sustancias decomisadas por la policía en las calles antes de que puedan hacer daño. Una de las sustancias que han identificado es carfentanil, tan potente que era usado como un arma química antes de ser introducida en el mercado norteamericano el verano pasado.
“En estos momentos lo que estamos presenciando es el surgimiento de una nueva generación de opioides en base al fentanilo “, declaró Jill Head, supervisora de Dye. “Usando esa estructura molecular, podría haber gran cantidad de variaciones de esa droga que ni siquiera hemos visto”.
Químicos aficionados desde años han estado creando versiones artificiales de cannabis, anfetaminas, cocaína y éxtasis. Pero esta nueva generación de narcóticos es mucho más letal.
En el 2012 y el 2013, cuando empezaron a llegar muestras de derivados del fentanilo a la Oficina de la ONU Contra las Drogas y la Violencia en Viena, los expertos las catalogaron como “otras”. Hoy en día esas “otras” son uno de los grupos de drogas de más rápida proliferación.
“A cada rato surge otro opioide”, expresó Martin Raithelhuber, experto en drogas sintéticas ilícitas en la ONU. Habrá que crear una nueva categoría para esos nuevos estupefacientes, dijo, pero ello tomará tiempo.
Era otra época en que los químicos forenses como Dye trabajan con drogas conocidas como metanfetaminas, cocaína, heroína. Tanto narcotraficantes, los adictos y la DEA por lo general sabían lo que tenían entre manos.
Pero hoy en día las cosas han cambiado. Estamos viviendo una época dorada de descubrimientos químicos y de uso delictivo. Los mismos traficantes podrían no saber que la heroína de alta pureza venida de México que están vendiendo ha sido alterada con fentanilo. Los adictos quizás no saben que las pastillas azules de oxycodone que se están tomando han sido mezcladas con acetylfentanilo.
Si agentes antidrogas allanan un laboratorio de drogas clandestino y ven volar por los aires una nube de polvo blanco, ya no dan por sentado que se trata de cocaína. Lo que hacen es salir corriendo.
“Si yo hubiera estado trabajando aquí en una época en que lo que se veía era cocaína, heroína, metanfetamina y marihuana, no hubiera sido tan emocionante”, dijo Dye.
“Ahora vengo a mi trabajo y veo cosas que nunca se han visto antes, y son cosas capaces de matar gente”, agregó.
Fuente: www.desdeabajo.info