Se llama Luis Alexander Pazmiño, de origen venezolano y migrante de condición. Se le acusa de matar a un perro y comérselo. En un escueto informe periodístico se informa que "El perro estaba desmembrado, con la piel quemada y la mitad del cuerpo separado. Los miembros posteriores estaban en una bolsa, y en un recipiente se encontraron el corazón, pulmones y parte de los intestinos. El hombre se lo estaba comiendo...".
https://youtu.be/aOi0TcLD7ME?si=c_U6Vb43hwQ8WwUg
Para las autoridades colombianas es un evidente caso de maltrato animal y en consecuencia "El ciudadano de nacionalidad venezolana, fue arrestado de inmediato bajo la acusación de "Delitos contra la vida, la integridad física y emocional de los animales", conforme al Artículo 339A de la Ley 1774 de 2016. Actualmente el detenido está a la espera de una audiencia para la legalización de su captura... ".
Se señala en el informe periodístico que "Las autoridades locales han reafirmando su compromiso en la lucha contra el maltrato animal, aplicando rigurosamente las disposiciones de la Ley 1774 de 2016 para proteger la vida de los animales".
Loable proceder de nuestras autoridades, el cuidar y velar por el bienestar de nuestros animales es un imperativo moral. Pero, lo que nos llama la atención es el hecho de que éste migrante venezolano, capturado en Colombia durante "actividades de registro y control, donde los oficiales notaron un olor desagradable proveniente de una maleta que el ciudadano venezolano llevaba consigo", es su deambular solitario en medio de una maraña de indiferencia ciudadana y gubernamental.
Llama poderosamente la atención que el reporte de las autoridades detalle minuciosamente que "Los miembros posteriores estaban en una bolsa, y en un recipiente se encontraron el corazón, pulmones y parte de los intestinos...". Para concluir enfaticamente que "El hombre se lo estaba comiendo".
El mismo Poe no pudo imaginar una escena de tanto terror. Un hombre condenado a matar y consumir la carne de un perro, descuartizarlo, llevar en una maleta sus restos por cientos de kilometros para preservar su propia vida. Guardar en un recipiente el corazón, los intestinos y los pulmones para comerselos en algún recodo de su larga travesía es de por sí un hecho que nos debería obligarnos a una profunda y seria reflexión.
Un humano que procede de esta manera lo hace impelido por el hambre, la locura, la desesperación y la angustia de no contar con el auxilio de sus semejantes. Me pregunto si las autoridades, a quienes respaldamos por el cumplimiento de su deber en la protección de los derechos animales, se preocuparon por la salud de este migrante. Si solicitaron la intervención de las autoridades médicas, psicológicas o psiquiátricas y así determinar el grado de desnutrición, depresión y angustia de este ser humano.
La migración más que un hecho político es un fenómeno social que implica la misma naturaleza humana. Es un asunto ético y moral que procuramos ignorar por la sencilla razón que es más fácil condenar que pensar. El primer acto de una autoridad es determinar las causas del proceder de un sujeto, medir sus consecuencias y formular medidas que permitan erradicar tales actos.
Son cientos y miles los migrantes que recorren nuestras ciudades, que habitan sus calles, que se alimentan de basura y residuos alimenticios, que padecen el rechazo social y que deben afrontar en soledad o con su familia el maltrato de una sociedad castigadora e implacable.
Nuestras autoridades civiles, religiosas o administrativas se han quedado cortas ante la presencia de los migrantes en su paso por nuestras ciudades. Los vemos dormir en las calles, mendigar, pernoctar en medio de las inclemencias naturales y padecer los rigores de una sociedad con claros tintes xenofobicos y aporofobicos.
El Estado colombiano destina grandes e importantes sumas de dinero para mitigar las angustiantes necesidades de los migrantes. Se informa de refugios, alimentación, protección y auxilio de la población migrante. Pero la realidad es otra, la desprotección es total, los niños viven en la calle los terrores más grandes e inimaginables, las mujeres gestantes se protegen del frío con periódicos y cartones, los ancianos se vuelven invisibles y los jóvenes se alimentan de cuanta sobra cae entre sus manos.
Proteger a los migrantes debe constituirse en una prioridad estatal. Convocar a organizaciones internacionales como la ONU o a aquellas que velan por la protección de los derechos humanos. No debemos ahorrar esfuerzos, rodear a estos seres que por situaciones de orden político y económico deben dejar su país y emprender un viaje hacia lo desconocido.
Luis Alexander Pazmiño es, en realidad, el espejo de cientos de migrantes que se ven obligados, en un acto de locura o depresión, a comerse a sus perros, separar su corazón, pulmones e intestinos y sentir de esa manera un transitorio descanso para su monstruosa hambre.
"El perro estaba desmembrado, con la piel quemada y la mitad del cuerpo separado. Los miembros posteriores estaban en una bolsa, y en un recipiente se encontraron el corazón, pulmones y parte de los intestinos. El hombre se lo estaba comiendo...".
La humanidad estaba silente, con su espíritu apagado y la totalidad de su mente muerta. Sus manos encerradas en una plegaria mientras su corazón, pulmones e intestinos ya parecían no existir. Se comía a si mismo para olvidar su condición de migrante en un cosmos que los condenó a la misma locura.