Con los niños hay tantos problemas como cariños. Incluso al menos un par de veces llegas a pensar “ojalá crezcan pronto y me dejen vivir en paz“... Y crecen, y de repente entiendes el poco valor que le diste a su preciosa infancia. Genial.guru y Psychologies quieren compartir contigo esta, la historia personal de la reconocida psicologa rusa Ludmilla Petranovskaya.
”Mi hija menor pronto cumplirá los 14, ya mide 1,70. Está ahí, leyendo un libro de Bradbury ¿En qué momento pasó tanto tiempo? Me parece que fue ayer сuando colgaba las franelas color rosa con estampado de mariposas y flores...un parpadeo y ahora es ella quien cuelga las florecitas rosa de su sostén. Parece como una película que he visto muy rápido.
Mi hijo mayor ya terminó la facultad, tiene barba, automóvil y está por casarse. Yo de vez en cuando me sorprendo a mi misma pensando en comprarle una pequeña locomotora de juguete cuando paso frente a una tienda para niños. “Si se la compro se va a poner feliz“. Cuando estaba pequeño le gustaban mucho las locomotoras y los trenes... Otra cosa que tiene es que siempre hace una cara tan particular cuando yo -como casi siempre- me confundo con algo en la computadora.
Es muy paciente, como si dijera ”pues no pasa nada, yo igual te amo y te ayudo, claro”. ¿Será que yo tenía la misma paciencia cuando él estaba pequeño y no entendía, se confundía o estropeaba algo? Sinceramente no lo recuerdo.
Cuanto más tiempo pasa más entiendes que hay una gran verdad con respecto a los hijos: crecen rápido. Los padres jovenes piensan que siempre será tal y como es hoy, gritos eternos por las noches, que esos pequeños estarán siempre ahí preguntando “¿me llevas en tus brazos?”, que no acabarán nunca los juegos con camioncitos y el llanto al final del cuento que han oído un centenar de veces. Es como si se quisiera que todo cambiara pronto, que crezcan pronto, que aprendan, que puedan hacerlo ellos mismos...
Y así pasará: crecerán y podrán hacerlo ellos mismos, y ocurrirá antes de lo que imaginas. Claro, estamos tan ocupados con el trabajo, la vida social, los problemas, y tantas otras cosas... la infancia de nuestros hijos pasa como en fragmentos. Un año y medio al principio, luego media hora por las tardes, medio día los fines de semana y dos semanas cuando hay vacaciones. Si tenemos en cuenta el “medio tiempo“ que dura la infancia en realidad no es mucho. Sin contar los regaños, las recomendaciones excesivas, el ”espera“, “déjame”, ”mejor deberías ir a hacer tus deberes“...
A la larga lo que recuerdas no es cuando le enseñaste a ir al baño, ni tampoco cuando obtuvo una mala calificación en segundo de primaria. Lo que recuerdas son otras cosas. Cuando mi hijo tenía cuatro años, durante el verano lo enviamos al mar un mes antes de que nosotros pudiesemos ir. Se fue con su abuela y una amiga de ella que nos llamaban peródicamente para decirnos que el niño comía muy bien, nadaba e iba de paseo, que estaba bien. Pero cuando llegamos por él, una tarde cuando todos estabamos acostados en la cama se puso de pie, suspiró y dijo ”Estoy cansado de vivir sin que nadie me regañe. Quedamos pasmados.
Cuando mi hija tenía 5 años y todavía iba al jardín de niños, antes de salir ella y yo siempre preparábamos una “reserva de besitos“. Tenía un overol con muchos bolsillos y en la mañana yo le daba besitos en cada uno de ellos, para que si de repente se sentía triste pudiera ”sacar“ y sentir el amor de su mamá durante el día.
Quisiera que todos los padres de familia entendieran que la infancia de sus hijos es muy corta y valiosa. El tiempo que puedan pasar con ellos, cuidarlos, alegrarse, abrazarse, escuchar y ser sus protectores es corto. Es el tiempo de crear esa “reserva de besitos” para que les dure toda la vida.
No hay que apresurar los hechos. Hay que jugar a las muñecas y comprar locomotoras de juguete... ”
Fuente: genial.guru