La historia empieza con Zack, un perro mitad pitbull, mitad labrador quien odiaba al esposo de su dueña. Cuando nació la hija de la pareja, el hombre (quien tenía otro perro llamado Sam) le advirtió a su esposa que Zack tendría que irse si llegaba a demostrar un mínimo rastro de odio hacia su hija. Pero el día que nació la pequeña, todo resultó de una forma inesperada. La familia salió del hospital con los dos perros; ambos olfateaban a la bebé, movían la cola y Zack especialmente, no paraba de lamerla. No hubo rastros de agresión.
Zack adoraba a la niña. Desde el primer día, la acompañó en su cama mientras ella dormía. Sus padres aseguran que él siempre sabía cuando era la hora de dormir y la esperaba en las escaleras para ir al cuarto a acostarse con ella.
Lamentablemente, un día Zack se envenenó con algún resto de basura del vecindario.
Fue un momento muy duro para ellos, especialmente porque tuvieron que ver cómo la pequeña se despedía de su mejor amigo guardián. La noche en que Zack murió, la niña se dirigió a la escalera para ir hacia su cuarto como lo hacía todas las noches. La diferencia: que esta vez no estaba Zack. Los padres entendieron que esa era la primera vez en cinco años, que su hija dormía sin él.
Angustiados, los padres esperaron la reacción de la niña para consolarla, pero antes, alguien se adelantó.
Sam, el otro perro quien también quería a su hija pero no de la misma forma que Zack, se levantó, acercó su cabeza a la mano de la pequeña y se puso en la escalera junto a ella. Subieron juntos al cuarto y desde entonces, hasta que Sam murió (6 años después), durmieron juntos todas las noches. Tal como lo hacía con Zack.
Fuente: www.upsocl.com