COMO REACCIONAN LOS HIJOS EN UNA SEPARACION SEGUN SUS EDADES

 
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RESPUESTA DE LOS HIJOS A LA SEPARACION DE LOS PADRES.

COMO REACCIONAN LOS HIJOS EN UNA SEPARACION SEGUN SUS EDADES

Respuestas de los niños según su edad

No existe una edad para que el hijo encaje mejor la separación de los padres, ya que todo dependerá de cómo se desarrolle el proceso divorcista y sean las circunstancias propias del niño, para que las respuestas sean de mayor o menor intensidad.

En general, las respuestas de los niños de cualquier edad a la separación de sus padres dependerán de diversos factores, como, por ejemplo, su previo estado emocional cuando la familia estaba intacta, su propia personalidad, nivel de sensibilidad y fortaleza, el grado de entendimiento que tenía con sus padres, etc....

Asimismo, es muy importante saber distinguir los trastornos propios del niño a consecuencia de la separación de los padres, de las diversas respuestas conductuales que manifiesta en las variadas etapas de su desarrollo psicomotriz.

En general, la experiencia de la separación en el niño se manifiesta por una intensa sensación de vulnerabilidad, acompañada de un sentimiento de tristeza y lástima, una preocupación por los padres, conjuntamente con una sensación de rechazo y abandono, la incidencia de un sentimiento de ira y la aparición de un conflicto de lealtades, ya que el niño quiere por igual a ambos padres.

Menores de 3 años

Viendo las reacciones que tienen los niños según la edad en que se presente la separación de los padres, se observa que, en los primeros años de vida, si el menor ha estado atendido con el cariño continuado por ambos progenitores y no ha habido escenas de violencia física y/o verbal en que el menor se haya visto involucrado como protagonista o directo observador, no tiene por qué presentar respuestas específicas al proceso de separación . Otra cuestión, bien distinta, es la de que el bebé sí se entera de quién le prodiga afecto.

Una madre y un padre no sólo alimentan, bañan o juegan con su hijo sino que, con sus muestras de cariño, van estableciendo con él un vínculo cada vez más sólido. Lo que equivale a decir que la vinculación afectiva, que nace de la proximidad y del contacto físico con los progenitores, es de vital importancia para el hijo.

Así pues, si un progenitor, que antes estaba bien involucrado en el cuidado del bebé, desaparece de pronto de su vida cotidiana, el apego (o vínculo) que habían establecido irá languideciendo, dependiendo, claro está, de lo que dure la ausencia de este padre.

La secuencia se desarrollará de la siguiente manera. Al principio al niño le costará interaccionar con el progenitor que ha roto el vínculo continuado. Cuando éste vuelva de visita, de entrada lo mirará como a un extraño y tardará un tiempo –hasta que procese las imágenes de reconocimiento que guarda en su incipiente memoria– en volver a cogerle confianza para interactuar con él.

En caso de seguir este progenitor desapareciendo de su vida, puede ser que el bebé primero proteste más de lo habitual (incluso psicosomatizando su angustia de separación con inapetencia, eccemas, insomnios, etc.) y, después, se comporte de un modo apático, reservado o parezca triste, adentrándose a lo que se denomina fase de desapego (que puede abocar en un cuadro depresivo), en la que no mostrará ningún interés por este padre que se ha alejado, mientras que estará excesivamente dependiente de aquellos otros adultos que lo cuidan.

Cuando el niño está cercano al año de edad, ya empieza a tener una cierta autonomía, inicia la deambulación, lo cual le permite acercarse o alejarse de quien quiera y, aunque no domina el lenguaje expresivo, comprende perfectamente lo que se le dice.

En esta edad, es muy selectivo en sus afinidades afectivas, con una predilección para su cuidador habitual y demostrando poco interés por aquel progenitor con quien se siente menos vinculado. Habiendo que puntualizar aquí que, en el caso del padre no custodio, hay que hacerle entender que no crea que, cuando lo rechaza su hijo, es porque ha dejado de necesitarlo. Y así no caiga en el error de muchos varones separados que creen que a esta temprana edad el niño necesita más a la madre o al canguro, que al padre.

3 a 5 años

Cuando los padres se separan, los niños pequeños, de 3 a 5 años, se muestran asustados, aturdidos y tristes. Los miedos están omnipresentes. En estas tempranas edades, su dificultad en diferenciar la fantasía de la realidad les hace especialmente vulnerables. Rabietas, tozudeces y trastornos del sueño son alteraciones frecuentes en estos niños.

El síntoma fundamental es el temor a perder a los seres queridos. Algunos no quieren ir a la escuela y se resisten a dejar la casa… porque no quieren perder de vista a los padres. Técnicamente, llamamos a esta situación: ansiedad de separación, y puede llegar a convertirse en una espectacular crisis de pánico en caso de insistir a la fuerza a que el niño acuda a sus compromisos fuera de casa (escuela, fiestas infantiles, colonias, etc.).

Muchas veces se compara esta situación de ansiedad de separación con la del famoso cuento de Hansel y Gretel, en el cual los niños van dejando miguitas a medida que se meten en el tupido bosque, porque temen no encontrar el camino de regreso al hogar o temen no encontrar a los padres al volver a casa…

También se compara el temor de perder al progenitor custodio después de la separación con el que puede tener una persona a la que le queda un solo ojo sano.Los profesionales le denominan “la preocupación del tuerto”, y se dice al respecto que los niños se comportan como tuertos porque, cuando tenían a sus dos padres (dos ojos) no se preocupaban de tener uno, pero cuando les queda un solo padre (un solo ojo), tienen mucho miedo de perderlo.

“Si se ha ido papá, ¿quién me asegura a mí que no se irá también mamá?”, puede preguntar, angustiado, el hijo. Y los miedos nocturnos hacen su reiterada presencia… acudiendo a pernoctar en la cama del progenitor custodio, habitualmente la madre.

6 a 8 años

Hay autores que señalan la edad de los 7 u 8 años como frontera entre la incomprensión y la comprensión de la separación matrimonial de los padres (por algo se llama: la edad de la razón). Dicen que el niño, de alguna manera, acepta mejor la situación y es más tolerante con sus progenitores cuando sobrepasa los siete años (como es obvio, no se trata de una regla común para todos los niños, ya que la madurez mental no es uniforme para todos a una misma edad).

Es una característica de estas edades que los niños elaboren un importante “proceso de duelo”, como se denomina en la práctica psiquiátrica al reconocimiento y al acto de asumir la pérdida de una persona querida. Estos menores presentan un acusado sentimiento de pérdida y tienen que pasar por una etapa de luto emocional, que precisa de un tiempo para resolverse adecuadamente (este es el mecanismo del proceso de duelo a que hacemos referencia). Obviamente dependerá, en gran parte, de las propias condiciones emocionales del niño. La depresión está al acecho.

Un curioso fenómeno es que las “fantasías de reunificación” son continuas en estas edades. Los niños creen firmemente que sus padres volverán a unirse y se reconciliarán, y así lo manifiestan a todo el mundo. A la gente en general y a los padres en particular, sorprenden estas “explicaciones” del niño tan fuera de lugar.

Todo hijo tiene una imagen de pareja inseparable en el inconsciente, y esta representación de pareja de padres está interiorizada en cada niño, es decir: asumida plenamente en su interior.

El menor, por su parte necesita saber que él es la auténtica representación de la indisolubilidad y de la combinación viviente de lo esencial de estos dos seres que son sus padres. Es decir, hay que darle al menor el sentido de que es él quien “representa” a sus dos progenitores. Si logramos que se convenza de esto, entonces ya no le será imprescindible –aunque lo siga deseando y le apetezca– tenerlos presentes a ellos dos en su vida cotidiana. De esta manera, mitigaremos un poco sus fantasías de reunificación de los padres.

Surgen los tremendos conflictos de lealtad. Cerca de una cuarta parte de estos niños se hallan bajo una fuerte presión de sus progenitores custodios para que se desinteresen del otro padre. A pesar de todo, siguen leales a ambos padres, a menudo a costa de un gasto emocional considerable, entendiéndose como tal el esfuerzo psicológico que han de hacer para mantenerse tenazmente fieles a su doble progenitura.

Aparecen equivalentes de reacciones depresivas. Como pueden ser las fantasías del niño de quedarse privado de alimentos, pasando a una sobrealimentación compulsiva con imparable necesidad de ingerir comida (lo que popularmente se conoce como “comer con ansia”), o bien fantasías de quedarse sin poder jugar, que le hacen acaparar juguetes, propios y ajenos, u otras situaciones prácticamente adictivas.

Aflora también un sentimiento de lástima-compasión por el padre ausente. Más de la mitad de los niños echan de menos al progenitor que se ha ido de casa.

En estas edades, también existe una inhibición de la agresividad hacia el progenitor ausente, ya que son muy pocos los niños que expresan odio hacia el padre que se fue de casa, y son escasos los que critican solapadamente al padre ausente. En contraste con la dificultad de expresar odio a este progenitor, hay estudios en niños, especialmente varones, que manifiestan considerable odio hacia su progenitor custodio, haciéndole a éste –al padre o la madre– responsable de la separación o reprochándole haber mandado al otro progenitor fuera de casa.

9 a 12 años

Se dice que de los 8 a los 9 años se produce un rápido fortalecimiento de la personalidad infantil, apareciendo nuevas capacidades para comprender la realidad: los niños ven con mayor claridad los hechos.

En estas edades del final de la niñez y del inicio de la adolescencia, se observa un intento de dominio de las circunstancias a través de la actividad y el juego. Así, a diferencia de los pequeños que responden a la fractura familiar con reacciones depresivas o regresivas en sus conductas, en estas edades que ahora consideramos, la respuesta del niño se traduce en intentar una vigorosa actividad, “sublimando” su comportamiento hacia la mejora de las actividades lúdicas y escolares. Es sorprendente ver hasta qué punto ciertos hijos de padres separados alcanzan elevadas cotas de madurez social y de autonomía en manejarse por la vida.

También, aflora el sentimiento de enfado hacia los progenitores. Aproximadamente, la mitad de los niños de estas edades están enojados con sus madres, la otra mitad con sus padres, y un buen número con ambos. Está, pues, prácticamente omnipresente en el colectivo infantil este sentimiento de enfado o de rabia contenida.

Un importante aspecto en esta franja de edad es el dramático cambio que experimenta la relación entre padres e hijos. Siendo el más llamativo de ellos el establecimiento de estrecha alianza con un progenitor.

Asimismo, también aumenta la ansiedad acerca del sexo y aparece una mayor actividad sexual del niño, como, por ejemplo, la masturbación u otras actividades eróticas, fomentadas en gran medida por la forma de vida de sus propios padres, volcados en frenéticas aventuras amorosas, en las que predominan las relaciones sexuales efectuadas sin el debido recato delante de los hijos.

A menudo, los hijos de esta edad con padres separados parecen más independientes y maduros que otros niños con sus mismos años. Pero, no por ello están más capacitados para circular con seguridad por el mundo, aunque derrochen aires prepotentes (todos encajan en el refrán: “Dime de que presumes y te diré de qué careces”). Porque, en el fondo, no dejan de ser niños, necesitados del cariño y el apoyo, tanto de la madre como del padre.

13 a 18 años

Cuando alcanzan la pubertad y llegamos a la adolescencia –franja de la vida tan variable que oscila entre los 10-13 y los 18-21 años–, la característica más destacable es la aparición de un profundo sentimiento de pérdida, el cual se puede manifestar en el joven por una desagradable sensación de vacío, dificultad para concentrarse, fatiga crónica, pesadillas intensas, etc., y abocar todo ello en la constitución de un cuadro de severa depresión.

Hay que advertir de algo muy serio que puede acontecer en esta etapa adolescente: el intento de suicidio. De la misma manera que no hemos de dejarnos sorprender porque en algún momento, de manera muy esporádica, el adolescente nos comunique ideas de suicidio, que no hay que confundir con las auténticas tentativas de realizarlo, aunque siempre haya que valorar clínicamente su potencial de riesgo (es decir, consultar con un especialista), tampoco hemos de infravalorar la situación si las circunstancias que envuelven la separación y la personalidad del chico así lo requieren. Tengamos especial cuidado con adolescentes con tendencia depresiva y con padres separados. Es una peligrosa combinación.

Y es en estos momentos de desolación, cuando la comprensión de un adulto no angustiado, que deja expresar al adolescente, sin reprochárselo, sus sentimientos depresivos que le manifiesta confidencialmente, pasa a ser el mejor apoyo –incluso sin que el propio adulto sea consciente de su papel consolador– y el mejor paño de lágrimas que necesita el joven en esta situación.

En otros casos, podemos asistir a un curioso fenómeno: retirada estratégica o aplazamiento de la entrada en la adolescencia. Se observa con frecuencia en estos chicos situados “en fase de aplazamiento” una sensación de malestar y de ansiedad con respecto a las cuestiones relacionadas con el sexo y detecto que están muy preocupados por su futura vida en pareja.

El sentimiento de enfado hacia los padres es una respuesta común en la mayoría de adolescentes. Con todo, también hay un reconocimiento de la infelicidad de los progenitores (al menos de uno de ellos) y de que necesitan ayuda. Esta situación cataliza el incremento de maduración en autonomía y responsabilidad, evidente en la mayoría de estos jóvenes, que empiezan a preocuparse por las necesidades económicas de la familia e intentan, en algunos casos, asumir en casa el papel del progenitor ausente.

Una advertencia que hay que transmitir a los progenitores es que estén al tanto en lo referente a la promiscuidad sexual y la drogadicción de los hijos. Está demostrado que el uso del sexo de manera precoz es frecuente entre las hijas de padres separados:
una de cada cinco niñas tiene su primera experiencia sexual antes de los catorce años.
Y uno de cada cuatro niños varones, en la misma situación de separación, comienza a consumir alcohol y otras drogas también antes de los catorce años.
Cuando llegan a los diecisiete años, más de la mitad de estos adolescentes beben o consumen drogas de manera habitual.

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